Origen y dogma

Nos pasamos la vida refiriéndole a los demás de dónde somos, lo hacemos plenos de certeza, tanto, que parece que sea la única que seamos capaces de soportar. Sin embargo, la filosofía nos interroga: ¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? 

No sabemos quienes somos, ni nuestra procedencia y aún menos nuestro destino. Quizá sea esa duda la que nos empuja a hablarle, a cuantos nos lo preguntan y a quienes no lo hacen, sobre nuestro origen, ese lugar donde te dijo tu madre que te parió, el mismo, quizá, donde te crió. Ella, tu padre, si lo hay, familiares, vecinos y el Registro Civil atestiguan que te alumbraron allí, entre sus piernas, y que por ser así, así lo puedes pregonar. Y no mienten, naciste ahí, pero nacer no es un lugar sino ese acto al que obliga una fuerza superior, la vida. Venimos, parece ser, de la vida, y lo hacemos en un espacio geográfico determinado que nada desvela sobre su ignota naturaleza. 

Podríamos afirmar, somos de la vida, y sería más cierto, porque esa razón no necesita testigos que avalen la coartada. 

Otra cosa es la utilidad del ser al nacer, al permanecer y su destino al morir. Quizá por fuerza de esa ignorancia deberíamos acostumbrarnos a no preguntarle a nadie de dónde es: no lo sabe. Y si es él quien lo refiere, o miente, o en otro caso, funde y confunde, filosofía, sociología, biología, geografía…, en el sucio crisol de ese monismo social que es el nacionalismo.

Origen y dogma

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