“Misa de náufragas”

Vida y muerte son cara y cruz de la alegre aventura de vivir. Cada acto de nuestras existencias encarna un reto digno de ser narrado en la voz de la poesía.

El cuatro de marzo de 2001, un vecino de Oliveira de Adra (Portugal) organiza una excursión a la Norteña Región de Tras-Os-Montes, donde visitar almendros en flor. Cincuenta y ocho almas lo acompañaban en la vibración de esa esencial belleza, entre ellas, y en la ficción, Maruxa y Florentina.

A las veintiuna horas de ese mismo día, el autobús circula sobre el viejo puente Hintze Riveiro que une, cruzando el Duero, las localidades de Entre-Os-Rios y Castelo de Paiva. De pronto, espacio y tiempo se funden en un crujido sin márgenes, movimiento pendular que las llenan de una mezcla de vértigo y espanto que se expresa en un grito que parece viajar en el viento pese a estar en sus bocas. Un chillido que las abisma, arrastrándolas de las floridas ramas a las lúgubres y fantasmales raíces.

En ese grito da comienzo el iniciático viaje de más de 300 kilómetros, los primeros por las tenebrosas aguas del río, y más tarde por el Atlántico, cielo de angelical bravura, y en él, los náufragos, estrellas de sus vidas, para al final quedar varadas en un arenal de Fisterra (A Coruña), “na Costa da Morte”, donde interrogarse para entender y poder así referir lo ocurrido.

Esa es la epopeya que narra el libro a cuyo título hago alusión a fin de hacerla imperecedera en la memoria de los hombres.

“Misa de náufragas”

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