La leva del idiota

Se alza el telón. Comienza el mitin, la obviedad es la consigna, la grosera descalificación, el arte con que se adereza. Ruge la masa, se estremecen las gradas. La militancia obliga. Se impone elegir arma, nunca la de la razón, bueno estaría que hubiera que mostrarse juicioso teniendo por delante semejante disyuntiva de estúpidas evidencias. 

Rendidos a la magia de tamaño desafuero, nos sentimos reclutados para la idiotez de turno, eso sí, con toda la solemnidad que el dislate requiere, y qué hacer, pues nada, dejarse ir, y más cuando el hecho de flotar te convierte en un hermoso paquebote donde viajan las más exquisitas libertades, las más meritorias dignidades.

En esta leva para idiotas en que se han convertido las elecciones cabe además preguntarse por qué ese interés de unos y otros: políticos, obispos, banqueros, empresarios…, por salvarnos, por hacernos ver su luz, cuando no se trata de vendernos nada pues ninguno de los asuntos que aquí se tratan nos son ajenos, ni debería ser ajena la voluntad de los que no piensan como nosotros. 

Las elecciones no son, o no debieran ser, una misa cantada de antemano, ni una ópera bufa, ni un negocio, tampoco empresa que soporte el rudo manoseo que imprime el oficio, sino la sana y sencilla acción de elegir programas y gestores para los primeros y definitivos actos sociales, el de la supervivencia y la convivencia.

Es así y así lo exige un idiota llamado a filas para futuras colas.

La leva del idiota

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