El tomate

Crece la pobreza y los pobres; mengua la riqueza, aumentan los ricos. En el afán de entenderlo, visualizo un tomate y pienso: si hay quien lo coseche, compre, transporte, revenda y consuma, si esa línea se mantiene intacta, cómo es posible el desajuste. 
La respuesta no está en la forma sino en el fondo, el hombre que lo cosecha, en el afán de hacerlo rentable, prescinde de mano de obra en todo el proceso, sustituyéndola por máquinas. 
Así, donde antes cobraban varios, ahora solo uno: su propietario. El que lo compra no trabaja para pequeñas tiendas sino para grandes supermercados. Los puntos de consumo se concentran y quienes lo transportan pierden red de distribución y el vendedor último ve mermar el poder adquisitivo de su clientela. Si calculásemos el número de puesto de trabajo perdidos entenderíamos el desajuste. 
¿Qué importa que se complete el ciclo de producción y consumo si cada vez son menos los agentes implicados en esa cadena? La riqueza sigue su curso, pero ajena a la razón de su existencia, la de la necesaria redistribución. Y para colmo de males, el consumidor atribulado por las estrecheces económicas que padece busca la oportunidad en el tomate que se producen en el tercer mundo, otro polo de riqueza lejos del fatal desarrollo del nuestro.
El sistema es tan perfecto como excluyente, cuida y optimiza solo los elementos claves de sus procesos, olvidando su razón de existir, la de ayudarnos a vivir.

El tomate

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