El pecado de Iceta

Repudiar a Miquel Iceta para el Senado es una maldad propia de quienes no desean hombres ganados para su guerra de medidas derrotas, sino que buscan voluntades perdidas para su batalla de causas ganadas. 

Hombres, digo, que odian a los que se dejan ganar cuando han sido elegidos para luchar, para ser trinchera ante a su avance; adarve de firmes convicciones frente su férrea dogmática. Tiene su lógica. Para qué pueden querer los que viven de proclamarse derrotados, humillados, explotados… a un hombre ganado, que se resiste plegado, que se pliega sin resistencia a sus actos autoritarios. 

Ellos, lo he dicho, no quieren seres de ese carácter, sino una nutrida infantería de fieles vasallos y al exacto número de enemigos a los que demonizar y contra los que luchar sin otra herida que la del victimismo ni otro dolor que la rabia de la eterna diferencia y la cruel indiferencia. 

Derrotar a Iceta no les otorga mérito, ni los hace brillar alto en el cielo de su mitología. Es un acto gris, como aplastar a un ser inerme, y no porque Iceta lo sea, que no lo es. Él es un político que desea entenderlos donde no se entienden ni ellos, y que no concibe un mundo sin ellos, y que hará todo lo posible por ser y hacer por ellos lo que no quiere ser ni hacer por sí y para sí. 

Ese es el pecado de Iceta, la penitencia, no entender que no es que no lo quieran, que es solo que no lo necesitan, porque ellos quieren ganar y él es un hombre ganado.

El pecado de Iceta

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