Blanco y en Montilla

En este verano sin tristes serpientes más allá de la inmensa tristeza de la Covid, hablaré de cocodrilos lisiados, magníficos saurios a los que las nutrias les han devorado la cola imposibilitándolos para la feroz tarea de la caza y que han de abandonar sus naturales espacios dejándose flotar, como groseros corchos, hasta los estuarios de los ríos, donde vivir de la carroña que las corrientes les ofrendan a modo de limosna. Triste, verdad, a la traumática amputación le sigue este forzoso destierro y su mísero destino de la mano de la caridad. Les relato esta tristeza para hablar de otra, una en la que sus protagonistas, al margen de lo magnífico de su ser y lo diestro de su quehacer y de no haber sido mutilados, solo cesados o jubilado, son tratados como tales por su militancia política o haber formado parte de la administración del Estado. Los últimos casos conocidos son los de Blanco y Montilla que se han visto recompensados como consejeros de la empresa pública Enagás, tarea ajena, que yo sepa, a su oficio, oficio que al margen de la política desconozco, y que le supondrá un soporte vital de cientos de miles de euros.

La cuestión que se plantea con esta endogámica visión de lo público es que tal vez tras la idea de nacionalizar esté la necesidad de crear plácidos estuarios donde, a falta de más senados, autonomías, asesores y otros cargos y cargas, colocar a los lisiados de la política a expensas del erario.

Blanco y en Montilla

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