La cigüeña

Cuando en octubre de 2014, Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, dijo que “La ley está pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador”, debía saber de qué coño estaba hablando sin que nadie le tirara de la lengua. Pues bien, con esos correos entre treinta jueces por el asunto del “procés”, creo tanto en la independencia de la justicia como en lo de  que una chica fuera virgen antes del parto, en el parto, y en el postparto, es decir, na-di-ta. Quizá pudiera serlo con robagallinas, pero, si es un pez gordo ni de coña. Y no porque la justicia en España  pudiera calificarse como una casa de putas; lo es porque España es, en sí misma, una casa de putas, donde los proxenetas de la cosa esa que llaman democracia campan a sus anchas y hasta se pasan su Constitución por el forro. Menos mal que esas cosas me la refanfinflan de babor a estribor, y de proa a popa. Si fuera rey sería otra cosa, pero la puta cigüeña era corta de vista.
 

La cigüeña

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