Los niños enjaulados

Los nacidos en las aldeas cuando, en palabras de Neira Vilas, “a aldea era unha mestura de lama e fume”, convivimos con una variada cabaña ganadera que los labradores atendían con esmero cuidando su alimentación y confortabilidad como una parte de su “actividad económica”. Eran el sustento familiar en aquella Galicia de la economía de subsistencia.
Uno de los trabajos más delicados en esta relación especial con los animales se producía cuando, por razones logísticas o biológicas, había que separar a las madres de sus hijos. En esa faena, los campesinos volcaban su cariño y hacían lo posible para dejar a las crías a la vista de sus madres para que la separación fuera menos traumática.
Rescato aquellos recuerdos de la infancia a propósito de las imágenes y sonidos aterradores de los niños de Estados Unidos, algunos bebés, separados de sus padres y enjaulados, que están recibiendo un trato peor que los animales de mi aldea hace cincuenta años.
Romper familias que llevaban años viviendo en el país y separar “indefinidamente” a hijos de sus padres –2.342 niños solo entre el 5 de mayo y el 9 de junio– es una prueba de que la especie humana, que en este caso encarnan Trump y sus halcones, degenera hasta alcanzar cotas de crueldad inimaginables. Además de violar el derecho de un niño a estar con sus padres, esta práctica recuerda las atrocidades de los nazis y, más cerca de nosotros, el proceder de la dictadura Argentina.
“Un niño no entiende de papeles o plan de Tolerancia Cero”, dice un padre deportado después de 16 años viviendo en EEUU al que arrebataron sus dos hijos. “Mi princesa, cada día me acuerdo de ti”, escribe una madre desolada a su hija de 7 años. “¡Liberen a los niños!, clamaban madres solidarias delante de una cárcel en la frontera de California con Tijuana.
Hay que ser muy cruel para arrancar a un niño del regazo de su madre; hay que ser muy desalmado para resistir la mirada desconsolada de los pequeños, para no escuchar sus llantos desgarrados –algunos guardias hasta se mofaron de ellos– y para hacer oídos sordos cuando suplican hablar con sus padres, que son sus referentes en el mundo.
Nadie sabe cómo se van a reagrupar las familias después del decreto para acabar con la separación que Trump firmó y no cumplirá. En todo caso el mal está hecho y esta política inhumana de maltratar a los niños para disuadir a los padres dejará secuelas severas en los pequeños. En muchos casos para toda la vida.

Los niños enjaulados

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