¿Les pagamos para esto?

Hace un mes que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición rompían relaciones “daquela maneira”. Aquel rifirrafe dialéctico, que marcó un punto de inflexión en la crispación política, alcanzó el cenit –por ahora– el miércoles pasado,  mereció los peores calificativos, desde espectáculo vergonzoso hasta trifulca tabernaria, y requiere algunos comentarios. 
Uno. El gran provocador fue el diputado Rufián, pero ninguno se salva. Es tal el grado de degeneración política que, en palabras de Pérez Reverte, estamos “en manos de demagogos, sinvergüenzas e irresponsables, sin distinción de ideologías ni banderas”. 
Dos. Acomodados en sus escaños, “pasan” de los problemas del país. De la evolución de la economía, de la educación, de los jóvenes parados, de los parados de larga duración, el futuro de las pensiones, de Alcoa y las térmicas… Nada les importa, ellos van a lo suyo. Unos a demoler el Estado del que viven confortablemente y otros a machacar al contrario para sobrevivir políticamente. 
Tres. Es muy duro soportar que seamos los ciudadanos acribillados a impuestos –este mes Hacienda cobró el segundo plazo de la Renta– quienes pagamos a estos políticos que se diviertan protagonizando un espectáculo indigno democráticamente que, además, reabre heridas e incita al odio entre los españoles.  
Cuatro. A Borrell, el mejor representante de la ortodoxia ideológica de la izquierda, le insultaron y escupieron y su grupo parlamentario, el presidente del Gobierno y los ministros y ministras le dejaron solo. Es grotesco que, en lugar de defenderle, culparon de lo ocurrido al PP que nada tuvo que ver con los insultos y el escupitajo. 
Cinco. La crispación y vileza también llegaron a Galicia. La líder del BNG retó al presidente de la Xunta a que demuestre que no pertenece a ninguna manada de delincuentes sexuales. Si la diputada no tiene más recursos para combatir la violencia machista que lanzar sospechas –investida de una falsa “superioridad moral”– de que el presidente forma parte de este tipo de jaurías asquerosas, muestra una indigencia  política e intelectual preocupantes.  
Último. Deberían recordar que están ahí para solucionar los problemas de los españoles. Pero convirtieron el Congreso en un fangal propio de un Estado en descomposición, en clara recesión democrática y están llevando al país al borde del abismo. Lo más alarmante es que, parafraseando a Unamuno, perece inútil pedirles que piensen en España.

¿Les pagamos para esto?

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