Razón y democracia

La democracia moderna, es sabido, se establece sobre el supuesto de que los gobiernos deben tener presente que la razón ha de presidir la discusión que alimenta la vida pública. Discusión que, lógicamente, debe orientarse a los fundamentos mas racionales de las cosas, independientemente de las posiciones partidistas. Es decir, es la razón humana quien debe constituirse como guía última del discurso democrático, y no la razón partidista, la razón estratégica, la razón técnica, o la razón de Estado. Algo que, a causa de la profunda mediocridad imperante, brilla por su ausencia.

En este sentido conviene siempre preguntarse hasta que punto los gobiernos toman en consideración las opiniones de los distintos interlocutores para buscar soluciones razonables que posibiliten el consentimiento general de quienes participan -o deben participar- en la vida política. Es igualmente pertinente cuestionarse hasta qué extremo algunos interlocutores exageran su desacuerdo haciendo primar criterios ideológicos o estrategias de desgaste de los gobiernos sobre el interés general de la comunidad.

Por eso, desde la razón, fundamento de la vida política en la democracia, es preciso llamar la atención sobre la configuración de la persona como centro del sistema y simultáneamente señalar la referencia básica de que la democracia es el camino idóneo para promover las condiciones necesarias para el pleno desarrollo del ser humano y para el libre y solidario ejercicio de sus derechos. El sistema democrático -en el sentido más amplio de la participación ciudadana en la vida pública- es una exigencia incuestionable de la condición personal del hombre.

En definitiva, la democracia debe aportar en este tiempo de grave crisis la recuperación de sus valores primigenios, y propiciar un ambiente de solidaridad, equidad, convivencia, tolerancia y de sensibilidad ante los problemas de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo. Algo, sin embargo, en este momento, es muy difícil a causa de la profunda ideologización y de la inoculación de toneladas de odio y rencor en la vida pública. La solución la tenemos los ciudadanos, que somos los dueños de la democracia. Ojalá nos lo creyeramos y actuáramos en consecuencia.

Razón y democracia

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