La participación como método

Tratar sobre la participación como método político es tratar de la apertura de la organización que la quiere practicar, hacia la sociedad. Una organización política cerrada, vuelta sobre sí misma, no puede pretender captar, representar o servir los intereses propios de os ciudadanos. Es metafísicamente imposible. Por eso, la apertura a la ciudadanía, a las personas, es una actitud, una disposición, alejada de la suficiencia y de la prepotencia, propias tanto de las formulaciones ideológicas cerradas como de las tecnocráticas. Ahora bien, las actitudes y las disposiciones necesitan traducirse en procesos y en instrumentos que las hagan reales. Y la primera instrumentación que exige una disposición abierta es la comunicativa, la comunicación. Hoy, sin embargo, la comunicación ni es sobre cuestiones reales ni existe una disposición abierta en quienes comunican pues vivimos en el reino de la artificialidad y el control social a través de la comunicación dirigida.

La participación, para ser real, no dirigida, debe traducirse fundamentalmente en receptividad, en disponer de sensibilidad suficiente para captar las preocupaciones e intereses de la sociedad en sus diversos sectores y grupos, en los individuos y colectividades que la integran. Pero no se trata simplemente de apreciaciones globales, de percepciones intuitivas, ni siquiera simplemente de estudios o conclusiones sociométricas. Todos esos elementos y otros posibles son recomendables y hasta precisos, pero la conexión real con los ciudadanos, con los vecinos, con la gente, exige diálogo real. Y diálogo real significa interlocutores reales, concretos, que son los que encarnan las preocupaciones y las ilusiones concretas, las reales, las que pretendemos servir. Hoy los interlocutores no hablan sobre los problemas de las personas sino sobre determinadas cuestiones que preocupan a las minorías activas y militantes que controlan la vida política.

En la libre participación encontramos un elemento central de la vida individual y social de los hombres y de las mujeres, un elemento que contribuye de forma inequívoca a definir la centralidad de la persona en política, que lo que hace es poner en el foco de su atención a las mismas personas. El problema es que hoy no existe prácticamente libre participación sino apariencia o señuelos de una participación de la que se dispone muchas veces sin contra con la real realidad.

La participación supone el reconocimiento de la dimensión social del individuo, la constatación de que sus intereses, sus aspiraciones, sus preocupaciones trascienden el ámbito individual o familiar y se extienden a toda la sociedad. Sólo un ser deshumanizado sería capaz de buscar con absoluta exclusividad el interés individual. La universalidad de sentimientos tan básicos como la compasión, la rebelión ante la injusticia, o el carácter comunicativo de la alegría, por ejemplo, demuestran esta disposición del ser humano, derivada de su propia condición y constitución social. 

La participación como método

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