En un nuevo aniversario de la Constitución de 1978

La Constitución de 1978 sigue vigente, al menos formalmente. Que se cumpla su contenido es otra cosa porque parece que últimamente el ambiente cainita y maniqueo que se observa no solo en la política sino en tantas expresiones de la actividad humana, intenta arruinar algunas de las más importantes conquistas que trajo consigo la vuelta de la democracia a España. Por eso, ahora que celebramos un nuevo aniversario, es buen momento de recordar algunos de los valores y principios sobre los que se sustenta la más longeva de nuestras Constituciones.

Efectivamente, el espíritu de consenso, hoy hecho añicos, se puso particularmente de manifiesto en la elaboración de nuestro Acuerdo Constitucional. Muchos de nosotros podemos recordar con admiración la capacidad política, la altura de miras y la generosidad que presidió todo el proceso de elaboración de nuestra constitución de 1978. Una vez más se cumplió la máxima de Dahlmann: “En todas las empresas humanas, si existe un acuerdo respecto a su fin, la posibilidad de realizarlas es cosa secundaria…”. Hoy, gracias al tesón y al esfuerzo de aquellos españoles que hicieron posible la Constitución de 1978, la consolidación de las libertades y el compromiso con los derechos humanos son un inequívoca realidad entre nosotros aunque, no lo olvidemos, el populismo y la demagogia intentan, de una u otra manera y ahora con bastante éxito,, el regreso al autoritarismo.

Ahora que se se está fraguando el vaciamiento de los valores constitucionales podemos preguntarnos sin miedo, ¿cuál es la herencia entregada en aquel momento constituyente, cual es el legado constitucional?. Muy sencillo: un amplio espacio de acuerdo, de consenso, de superación de posiciones encontradas, de búsqueda de soluciones, de tolerancia, de apertura a la realidad, de capacidad real para el diálogo que, hoy como ayer, siguen fundamentando nuestra convivencia democrática por más que algunos piensen que la clave está en cimentar sobre el resentimiento y la confrontación.

Este espíritu al que me refiero -de pacto, de acuerdo, de diálogo, de búsqueda de soluciones a los problemas reales- aparece cuando de verdad se piensa y se actúa en función de las necesidades colectivas de los ciudadanos, no cuando se busca obsesivamente el poder, cuando detrás de las decisiones que hayan de adoptarse aparecen las aspiraciones legítimas de los ciudadanos, no la obsesión por el mando.

Por eso, cuando las personas, no los cargos, son la referencia para la solución de los problemas, entonces se dan las condiciones que hicieron posible la Constitución de 1978: la mentalidad dialogante, no el unilateralismo; la atención al contexto, no el prejuicio; el pensamiento compatible y reflexivo, no el pensamiento único y la imposición; la búsqueda continua de puntos de confluencia y la capacidad de conciliar y de escuchar a los demás, no el desprecio, la cerrazón o el pensamiento único.

 

Cuándo está presente la generosidad para superar las posiciones divergentes y la disposición para comenzar a trabajar juntos por la justicia, la libertad y la seguridad desde un marco de respeto a todas las ideas, entonces es posible un gobierno realmente democrático. Por eso, cuando se trabaja teniendo presente la magnitud de la empresa a realizar y se practica la tolerancia, cobra especial relieve el proverbio portugués que reza “el valor crea vencedores, la concordia crea invencibles”. Hoy, desde luego, de palpitante y rabiosa actualidad .

En un nuevo aniversario de la Constitución de 1978

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