Moderación y radicalización en Europa (I)

Hoy puede decirse que el desarrollo económico y social europeo es terreno propicio para las ideologías cerradas pues la crisis política, económica, financiera, agravada con covid-19, ha preparado la llegada de nuevos movimientos sociales y políticos de corte demagógico que aspiran a ocupar el lugar de los hoy maltrechos partidos políticos tradicionales. En efecto, las formulaciones de carácter ideológico encuentran hoy, también en Europa, ámbitos receptivos y homogéneos sobre los que asentarse a causa de las perentorias y graves necesidades sufridas por amplias capas de ciudadanos, que de nuevo han devuelto a la actualidad la asunción social de saberes políticos de salvación como son las ideologías.

 La ciencia, desprovista de principios éticos y al servicio del dominio y la destrucción del hombre por el hombre, ha demostrado su insuficiencia para resolver los males endémicos de la humanidad, rompiéndose aquel mito del progreso indefinido sobre la base del conocimiento científico y el dominio técnico de la naturaleza. Los sistemas de explotación económica, que junto con el desarrollo científico-técnico contribuyeron a explicar el increíble progreso económico de nuestro tiempo, han tenido su paradigma inicialmente en el corazón mismo de Europa, con el nacimiento y desarrollo del primer capitalismo.  Coetáneamente, hemos presenciado también el fracaso cierto de lo que podríamos denominar el primer liberalismo, con la imagen de los grandes suburbios de las metrópolis industriales atestados de miseria e indigencia.

Europa, es sabido, acogió a los protagonistas de una política internacional cegada por los prejuicios nacionalistas, que convirtió el espacio europeo del siglo pasado en el escenario más sangriento de cuantos la humanidad tiene memoria. Así, la barbarie totalitaria encontró su expresión más colmada también durante el siglo pasado, en el nacismo y en el comunismo, con una huella que hoy se puede rastrear en las conciencias y la organización de los cuerpos sociales. El conflicto larvado durante la llamada guerra fría levantó en Europa el muro de la división, que más que un muro físico fue un muro de recelos, desconfianzas, amenazas y miedos. El terror armamentístico, sobre todo el terror atómico, fue la plasmación visible de aquel conflicto, con el despliegue militar más impresionante jamás visto en la historia, precisamente sobre suelo europeo, en tiempos que se proclamaban de paz, y vencido el monstruo nazi.

La disipación del sueño americano, como una creación europea de ultramar, entendido como un mundo de posibilidades, de libertades, de progreso y abierto, cerró la salida a la desesperación y la angustia de los más desfavorecidos. El resquebrajamiento total del bloque socialista, puso de manifiesto la profunda injusticia social escondida bajo aquellas estructuras políticas, o más bien nos la sirvió en imágenes, porque el ya lejano descubrimiento de la trampa estalinista había evidenciado la realidad del socialismo soviético. Al hundimiento del bloque político socialista hubo que añadir el desencanto que en las fórmulas ideológicas produjeron las múltiples y variadas manifestaciones de corrupción que se produjeron en las formaciones políticas que sustentaban aquellas ideologías.

En resumen, estas anotaciones nos permiten atisbar que la experiencia europea del siglo pasado ha conducido al desencanto ante un modo de hacer política que de un modo u otro ha llevado a Europa a algunas de las mayores aberraciones de que tenemos conciencia histórica. Hoy, de nuevo, en una crisis sin precedentes,  el desafío de una política digna de tal nombre, en plena pandemia, reclama líderes y estadistas que ni están, ni parece que se les espera. El proceso de unión encuentra su justificación primera en la necesidad de abrir nuevos espacios a la política y sólo se hace posible en esos espacios. Ahora bien, desde una perspectiva positiva podemos afirmar que esa misma experiencia ha conducido a la búsqueda de fórmulas que permitieran superar los errores del pasado, con plasmaciones políticas concretas, una de las cuales sobresaliente es el largo, esforzado y difícil proceso de unión en que los países europeos están embarcados, que no termina de levantar la cabeza. 

Ahora, con la reconstrucción en ciernes Europa podría recuperar sus señas de identidad y recuperar el prestigio perdido. Pero para ello, el compromiso con la libertad solidaria, con la justicia y con el pensamiento, deberían volver a presidir el proyecto europeo, hoy maltrecho y bajo mínimos a causa del cáncer de las ideologías cerradas. 
 

Moderación y radicalización en Europa (I)

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