Identidad y hecho diferencial

a pretendida declaración de independencia del Parlamento invita a reflexionar sobre la cuestión de la identidad y del hecho diferencial, que para el nacionalismo radical, para el soberanismo, se entiende desde el pensamiento bipolar, desde el pensamiento único, desde los esquemas del maniqueísmo, desde el cainismo que habita en la demagogia y el populismo. Veamos.
Vicente Risco tenía razón sólo en parte cuando afirmaba que “ser es ser diferente”. Tal idea, como es sabido, es un punto de partida para su construcción teórica sobre el galleguismo. Y aunque sólo sea por lo que de compresión de la identidad gallega encierra la obra risquiana, de apertura, de equilibrio y de integración, y por lo que tiene de referencia histórica del galleguismo, esa idea, que es llave de su pensamiento –“ser es ser diferente”- merece un análisis algo detenido. Más aún si consideramos que con ella se pone el dedo en un nervio que, en la estructuración pluricultural de la sociedad occidental contemporánea, o en la pluralidad cultural de los estados, es fundamental: la afirmación de la diferencia.
A nuestro entender la aproximación a una comprensión adecuada de esa afirmación pasa por una interpretación personalista del hecho cultural, que encaja bien con el esquema de ideas de muchos de los clásicos del galleguismo, ya que hablan en clave antropomórfica de la realidad histórica y cultural de Galicia. La diferencia, efectivamente es rasgo esencial de lo individual, frente a lo genérico. Lo que se confunde en la masa indiferenciada de una colectividad homogénea parece perder cualidad sustancial, entidad, y se diluye en lo puramente numérico, en lo sustituible, en lo indiferente. Aunque todo individuo es diferente, por ser individuo, donde la diferencia alcanza cotas máximas en el universo natural es en el individuo humano, hasta tal extremo que se constituye como persona, realidad cualitativamente diferente de la simple individualidad. El mundo del ser humano transciende lo individual, es personal.
Con las culturas sucede algo análogo. Una cultura mantendrá su ser en la medida en que mantenga sus diferencias. No cabe una cultura indiferenciada, como no cabe una personalidad desprovista de experiencias privadas, de concepciones originales, de proyectos propios. Pero también del mismo modo que la persona no alcanza su plenitud si no sabe ser autónoma, independiente, en el contexto aparentemente paradójico de unas relaciones sociales -familiares, vecinales, civiles, asociativas- ricas, en intensidad y en extensión, igualmente una cultura que no sea capaz de abrirse a una relación fecunda de conocimiento y de intercambio, de convivencia y de integración, no llegará a ser una cultura universal y fértil.
Ser es ser diferente. Pero la entidad no se agota en la diferencia. No lo entienden así los diferencialistas, que aprecian sólo y exclusivamente lo diferente y cultivan cuidadosamente los aspectos más nimios de lo que aparta y distancia, y rehuyen todo lo común o lo que acerca. Se olvidan de que ser es también compartir, lo que se tiene de bueno, y también los proyectos que despiertan la ilusión, y los recuerdos de lo que se hizo juntos; que ser es también tener en común y ser iguales, aún en nuestras diferencias. Cuando ser es compartir entonces todo se resuelve, todo.
Puede existir, y existe de hecho, una exaltación diferencialista de todo lo gallego, una concepción abrupta y brava del ser gallego. Fuera de lo que tal idea tenga de folclórico y lúdico, componente nada despreciable, por cierto, poco se compadece tal ingenio con las aspiraciones de la sociedad gallega que busca apertura, comunicación, reconocimiento, y no cerrazón, ostracismo y aislamiento. Algunos parecen querer una cultura “amazónica”, afirmada en su diferencia, cerrada en los límites de un idílico paraíso al que, como a todos los amazónicos, la originalidad no priva de atraso, de pobreza y de incomunicación.
El diferencialismo piensa que afirmar lo propio es mirar sólo a la diferencia, y piensa que la afirmación de la diferencia se refuerza con el artificio simplista de negar lo común y de rechazar lo que une. El galleguismo afirma lo propio, todo lo propio, nuestro hecho diferencial y lo que tenemos de común con el resto de los pueblos de España. 
 

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