El consenso (I)

omo es bien sabido, el consenso aparece en la escena de la filosofía jurídica de la mano de las modulaciones a la tesis de la racionalidad como fundamento del Derecho. En concreto, Perelman es uno de los pioneros de esta aproximación aunque él mismo admitirá que quizá fuera más eficaz utilizar el término de “lo razonable” ya que el consenso de la comunidad es normalmente el ámbito donde surge lo razonable. 
La tesis consensualista no se justifica por si misma, sino por algo sobre lo que no cabe el consenso, como es la dignidad de la persona. El consenso, además, no se opone a la existencia de verdades universales, sino que trae su causa de la verdad porque si prescindimos de la objetividad, la arbitrariedad está servida. El hecho de que el consenso se fundamente en la dignidad de la persona implica que sea ilegítima la imposición por la fuerza de cualquier decisión. 
Evidentemente, no todo puede consensuarse: la dignidad del hombre está por encima, incluso de la propia democracia. La dignidad de la persona trasciende la democracia de forma que el sistema democrático debe orientarse, si quiere actuar legítimamente, al servicio de la dignidad del hombre que se erige en fundamento, no sólo de los derechos humanos, sino del mismo pensamiento democrático. Pero la dignidad de la persona no se reduce, como querían los liberales del siglo XVIII, a pura libertad vacía de contenido porque así se excluye la democracia y todo Derecho abriéndose peligrosamente las puertas a la fuerza o a la utilidad, en una palabra, a la arbitrariedad. 
 El consenso, pues, debe partir de la dignidad humana, pues, de lo contrario, más que convivencia nos encontraríamos con la imposición del más fuerte. El consenso, sin la Ética, degenera en un cierto fundamentalismo del que el momento actual no se ha caracterizado precisamente por su ausencia. El consenso no funda la Ética sino que viene exigida por ella: es una de las más elementales exigencias de la verdad de la dignidad humana. 
 Como en la cuestión del relativismo, la clave para entender el consenso en la sociedad democrática, reside en el problema de la verdad. La verdad, no sólo es posible, sino que es lo más propio de la dignidad humana. Esta es la gran verdad de la idea democrática. Ahora bien, cuando nada es verdad ni mentira, sino todo lo contrario, se atenta gravemente a la esencia democrática y se posibilitan, ejemplos hay en la historia y no precisamente muy antiguos, de conductas claramente vejatorias de los derechos humanos. Así lo reconoce, por ejemplo la profesora Camps al reconocer que es éticamente inadmisible una cultura que permita el infanticidio o el genocidio, que agravie a las mujeres o admita la esclavitud. Asi es.
 

El consenso (I)

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