La democracia representativa

Es verdad, quien podría dudarlo, que el sistema de representación parlamentaria está enfermo, incluso, como se ha afirmado, gravemente enfermo. El capitalismo, como el socialismo, igualmente, también presentan síntomas preocupantes. Sin embargo, a pesar de ello, una vuelta al comunismo o la nacionalización como métodos de resolución de los problemas no parece que sea lo mejor para el bienestar de los ciudadanos. Igualmente, apelar a la democracia directa como única forma de democracia tampoco parece que sea la más apropiada medicina. Rectificar el rumbo, corregir los excesos, que los ha habido y no pocos, es la tarea del presente. Una tarea, sin embargo, que por alguna sorprendente razón no termina de arrancar con la fuerza y potencia que serían menester. Sin embargo, tras el auge de los populismos de uno y otro signo y de la demagogia,   no queda más remedio que iniciar un inteligente proceso de democratización profunda de nuestro sistema político, en el que los partidos, y sus dirigentes, se conviertan a la transparencia y a la rendición de cuentas, al servicio al pueblo y a la defensa, protección y defensa de los derechos fundamentales de las personas. Algo que, sin embargo, a juzgar por lo que acontece, está lejos, bastante lejos de llegar.

En este sentido reformista, hay que revisar el funcionamiento de algunas instituciones para garantizar un mercado razonable, equilibrado, en el que los beneficios, que son en sí mismos legítimos, no se conviertan en el único, primario y exclusivo de las empresas. Igualmente, la democracia como régimen político también precisa de reformas. Reformas que le devuelvan su sentido originario de manera que efectivamente se convierta en el gobierno del pueblo, por y para el pueblo. La  excesiva preponderancia de las tecnoestructuras está agostando un sistema político y social que tiene en la participación ciudadana su principal señal de identidad. Por eso, mientras la situación no cambie, los partidarios de la democracia directa encontrarán el campo abonado, y de qué forma, para sus reclamaciones, para sus reivindicaciones que, en buena medida, plantean, ni más ni menos, que la sustitución de la democracia representativa por la directa. Los resultados electorales en buena parte de Europa son un buen ejemplo de las consecuencias que se ciernen sobre el sistema político sino se cambian métodos, procedimientos, estructuras y conductas, si no se trabaja a favor de la necesaria democratización que el sistema precisa.

Si no hacemos nada y nos quedamos contemplando lo que pasa, pronto llegarán los nuevos autoritarismos, algunos ya están bajo formas sorprendentes, y entonces nos lamentaremos de haber preparado el terreno al populismo y a la demagogia. Es tiempo, pues de reformas. Pero de reformas de calado, de fondo, no de simples parches.  

Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de Derecho Administrativo. jra@udc.es

La democracia representativa

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