Democracia y partitocracia

La democracia actual, si quiere sobrevivir, debe ser perfeccionada, mejorada, para que recupere sus valores originarios y pueda contribuir a una sociedad libre, en paz, participativa, presidida por la justicia y la igualdad de oportunidades. Para ello, la crítica es un buen instrumento siempre que se utilice desde planteamientos constructivos. Y, en este contexto hay una cuestión que no se debe omitir. Me refiero a lo que muchos vienen calificando como partitocracia y que desde años carcome la esencia de la democracia alimentando inquietantes formas autoritarias de acceso al poder que acechan en tantas latitudes.

En efecto, la partitocracia es un mal que hay que combatir pero que sigue presente en nuestro tiempo. Ahora bajo formas cesaristas de dominio del partido como si fuera de propiedad privada del principal dirigente, que hace y deshace a su antojo incluso renunciando a las principales señas de identidad de la formación política.

La peligrosa tendencia a la oligarquización que se está produciendo en la vida política, y sobre todo en los partidos, es una de las más peligrosas enfermedades de la democracia. Para extirpar este maligno tumor habrá que pensar en sistemas de listas abiertas, limitar el número de los mandatos, fomentar la libertad de voto en determinados temas que afecten a los principios y valores, aumentar el número de las autoridades independientes y buscar fórmulas para que el nivel de los dirigentes públicos sea la que se merece la sociedad. También, desde luego, reflexionar si tenemos el número de cargos públicos necesarios en cada momento.

Los partidos políticos también deben recuperar su funcionalidad propia dentro de la filosofía democrática. Para ello, nada mejor que los electores puedan elegir libremente a los candidatos que les merezcan mayor confianza. La partitocracia es una de las mayores corrupciones de la democracia y un caldo de cultivo en el que florece la mediocridad y la arbitrariedad. En este sentido, los partidos, en lugar de ser instrumentos de intermediación entre la sociedad política y la civil, tinden a covertirse en el coto privado de quienes están al frente, siendo utilizados única y exclusivamente como maquinarias de poder por encima, a veces incluso en contra, de los principios y criterios inspiradores de la ideología de la formación partidaria

Por eso, la partitocracia desnaturaliza el sistema ya que produce, decía Cossiga años atrás,  disfunción de las instituciones, empañamiento de los valores de credibilidad del Estado y de los demás sujetos del poder público, debilitamiento de la autoridad del Estado, carencias y lentitud de la Justicia y sospecha de partidismo, insuficiente respuesta de los servicios a la demanda y creciente manifestación de los partidos más como gestores del poder que como organizadores del consenso para la afirmación de programas. De ahí la creciente desafección, el descontento reinante y la espera inteligente del autoritarismo populista a recoger los añicos de la autodestrucción del sistema. 

Democracia y partitocracia

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