Canciones

“Patria” de Fernando Aramburu ha saltado al éxito editorial como una Ilíada española referida a la tragedia orquestada por unos sanguinarios vascos que soñaron un territorio de ikastolas, RH negativo y silencio de cementerios respecto a los conciudadanos que se permitían pensar distinto. Por eso, con el desarme que anuncia ETA, vuelve el revisionismo de populistas y demás tipejos interesados en su condumio particular, a ganar fuerza la oda de Horacio: “Dulce y noble es morir por la patria”. Así volvemos a adquirir conciencia de nuestro espíritu nacional y europeo ante una globalización que llena nuestras vidas. 
Son los valores morales que nos hemos ido dejando por el camino. No sólo la misa retransmitida por TVE para ancianos, enfermos e impedidos, sino la estética que volvamos en la cuneta, la falta de solidaridad hacia los otros, el olvido de los asesinatos a mansalva mientras escupimos sobre víctimas inocentes… Sin embargo, actualmente, varios países y naciones se están planteando instaurar de nuevo el servicio militar obligatorio a sus ciudadanos como escudo defensivo.
De ahí que me haga la pregunta del clásico. ¿Si te dieran a elegir entre vivir en la ciudad o en el campamento, que elegirías? Y yo había elegido los barracones de Gandarío porque había entendido que la vida era milicia y había que vivirla con acendrado espíritu de sacrificio. Me gustaba aquella vida colectiva y las canciones a viva voz que animaban las marchas. El fragor de la ría de Sada con redoble de tambor para recordar al camarada muerto. La brisa de los pinos y el cara al sol que marcaban el paso. Prietas las filas. Vestido el pecho de azul español hablando de amor y luceros. Los silbidos de la pubertad… Y la noche, adorando el fuego del campamento druida, temblando por el relente escuchar la guitarra sonora o las historias de meigas, aparecidos, santa compaña y otros fantasmas domésticos.  
 

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