El fariseísmo mareante

Cuando los mareantes se presentaron ante el electorado habían prometido cumplir un código ético del que ahora asumen no saber nada. Todo este lío está condicionado por la defensa numantina que los líderes de esta formación hacen de Jorge Duarte Vázquez, edil de Urbanismo en el Ayuntamiento de Santiago, el cual está siendo investigado por corrupción y quien se niega a presentar su dimisión. Pero tampoco los que le defienden apuntan los motivos que les asisten para tal defensa farisea. No se puede echar los lobos a la presa de otra formación política y decir que como es de su formación no existe motivo retirarle del cargo que ocupa y obligarle a presentar su dimisión.
Es como una defensa gremial: defiendo a los míos, porque son míos, no a los demás porque no lo son. Es una razón ilógica y carente de sentido, como las absurdas palabras del propio Noriega cuando afirma: “Hay mucha gente interesada en dañar la imagen de las mareas”. En realidad, con esta afirmación quien daña la imagen es el propio Noriega, al buscar una explicación que no entra en ninguna mente cabal. La justicia tiene que actuar libremente sin presión alguna, cosa que, al parecer, Noriega no entiende y se mantiene en una defensa inútil de un edil que debía haber dejado el cargo en el momento mismo de estallar la noticia. Cuanta más tinta corra sobre el tema, más daño recibirá la formación de la marea, por la mala imagen que presenta ante la opinión pública, al pensar que todo lo demás es malo y está mal hecho, pero todo lo que hagan los míos es correcto aunque lo hagan mal. Pésima valoración y mal camino el elegido de cara a un futuro político prometedor.
Aunque no es el único defensor; los otros dos restantes, el alcalde coruñés Xulio Ferreiro, y el líder Luís Villares, para el primero, “lo relevante es que haya un juez que indique una resolución motivada de que existen indicios de delito y esto no ocurrió”, según palabras de Ferreiro, que se interpretan en el sentido de que mientras un juez no entre en el caso, no debe ser condenado y además no lo considera un delito. Ni puede ni debe tomar parte en el tema; el juez será el encargado de dictaminar lo que la justicia tenga a bien, la forma y el modo en que se ha cometido una falta o un delito, pero en política uno tiene que ser honrado hasta la médula y no decir falsedades; acusar a otros, permaneciendo inmune luego a esta lastimosa lacra de la corrupción como fariseos.
Aunque las palabras de Villares tampoco tienen desperdicio, al afirmar que “es perfectamente acorde con el código ético y así lo apoyamos”. Realmente estos dirigentes dejan a uno perplejo, pero lo más asombroso es que esas palabras lleguen de un exjuez metido a político. Estas afirmaciones corroboran ante el electorado que no están por la labor de limpiar la imagen política que se tiene, sino de defender a ultranza aquella vieja imagen de corporativismo del defiendo a los míos, pero defenestro a los demás porque no son de los míos. Mal empezamos y si algo empieza a ir mal, acabará yendo peor. Es lo que tiene el fariseo.

El fariseísmo mareante

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