Un antisistema al frente del sistema

Este miércoles hemos despertado muchos, tras dormir poco, sumidos en un mal sueño. Una pesadilla aún peor que la posible victoria contra pronóstico de Trump. En esta, el histriónico individuo en cuestión proclamaba su victoria electoral aunque aún no había ganado oficialmente las elecciones y consideraba un fraude de personas despreciables culminar un recuento aún abierto que pudiese desmentir su alucinación.
Pocas horas antes, había publicado un tuit denunciando que estaban “intentando robar las elecciones”, un mensaje que Twitter tuvo que etiquetar como “engañoso”. Lo verdaderamente desolador del mal sueño es que no era un sueño. Ahí estaba el líder de la primera potencia del mundo comportándose como un incendiario antisistema, como un incompetente capaz de poner en duda un proceso electoral del que él, como presidente, es el máximo responsable.

En cualquier lugar del mundo, una actitud así se observaría con vergüenza. Pero en el caso de Estados Unidos, a la vergüenza hay que sumar una profunda preocupación. Porque ese país sigue siendo la primera potencia del mundo, una de las cunas de la moderna democracia, un complejo y sofisticado laboratorio con una formidable capacidad de irradiación planetaria. Un país capaz de exportar la excelencia y la ruindad, de fabricar eficazmente vacunas y negacionistas, de crear ciencia y tecnología y ser cuna de movimientos terraplanistas y creacionistas, de producir películas históricas y perpetrar bodrios de serie B, de albergar instituciones que trabajan por la paz mundial y sostener interminables guerras.

Por eso, si la victoria de Trump hace cuatro años fue una desgracia, su reválida podría ser una catástrofe. Porque su cultura política cimentada en el populismo y la mentira, en el desprecio al rival político, en la deslegitimación de las instituciones democráticas y de sus procedimientos, en la criminalización de determinadas minorías, en el supremacismo, en el desprecio al inmigrante tratado como una especie de delincuente invasor y en una misoginia nada disimulada, también ha echado raíces en otros países. Y debemos estar alerta. Quizás no verlo venir en su día puede tener una disculpa porque parecía increíble. Pero no ver venir a sus monaguillos sin poner los suficientes diques de contención sería imperdonable. 

Un antisistema al frente del sistema

Te puede interesar