Verano azuloscurocasinegro

Parafraseando al gran Sánchez Arévalo, el tema de hoy, a pesar de la ambivalencia del título, no gira en torno a la climatología estival que nos gastamos en Galicia. Porque menuda rasca, amigos… Decía que no van por ahí los tiros, sino que venimos a que recapaciten ustedes, los que tengan hijos, sobre las nefastas vacaciones que les están dando. Y ojo que es raro que venga yo a defender a estos enanos, porque me dan una alergia tremenda. No me ha aflorado el espíritu maternal. Vaya -ojos en blanco- qué pena. Pero volvamos a lo nuestro. La tendencia de lo que veo actualmente habría que analizarla un poco más a fondo, para dilucidar si es consecuencia del miedo de los padres acerca de no cuidarlos suficientemente (sobreproteger se llama en mi pueblo), volcando en ellos sus vulnerabilidades o si, por el contrario, es un trato poco ortodoxo, consecuencia quizá del consumo de paciencia que conlleva educar y al que puede no estar todo el mundo dispuesto. Lo más llamativo del asunto es ver las diferencias de patrones que se han dado en las últimas tres décadas. Pues vamos a ello.
En los veranos de mi infancia no nos tenían a monte, ni pasábamos solos días enteros, ni nos enrolábamos en el circo subiéndonos al primer carromato que pasase cerca. Pero tampoco estábamos pluriempleados como los niños de ahora. Yo me levantaba, hacía las hojas correspondientes del cuadernillo Vacaciones Santillana y fin de la tarea diaria. Después a jugar al parque, a bañarse en la playa, apostarse tazos y cromos o bailar por las Spice Girls en la plaza. Ya si de noche te llevaban a algún concierto en Armas, genial. Broche de oro.
El resto del año, nos dedicábamos a estudiar e ir a alguna actividad extraescolar, pero ni nos ocupaba todo el tiempo libre, ni teníamos a tres psicólogos evaluando nuestra resiliencia, ni papá y mamá vivían por y para que no acabásemos frustrados en la vida. Frustrados, ¿de qué? Pregunto. ¿De verdad que frustrados porque en el control de coñecemento do medio te olvidaste de poner un río, o porque te está costando leer el libro del trimestre de lengua, o porque las divisiones de dos cifras se te atragantan, o porque eres tan mala en música que ni el triángulo tocas bien…? Por favor ¡que estamos hablando de niños de primaria, señores! Hoy en día, después del cole, van a cuatro actividades del tipo: Idiomas (Esperanto, por ejemplo, que es universal, global y en unos años dominará los mercados) Gimnasia olímpica enfocada a la autorrealización (cativo frustrado en 3, 2, 1…), Dibujo y pintura con maestros invitados (Warhol y Monet, que son fáciles de traer) o Taller para la gestión y control de las emociones (pero el niño sigue cogiendo perrenchas si no le compras el bollicao)
Da todo mucha pena la verdad… Y para cuando llegan las vacaciones y el crío puede mandar todo eso bien lejos, van los padres y lo meten a un campamento de cocina, a la ludoteca, a la piscina -con monitor, por supuesto- y a clases de refuerzo, no sea que el curso que viene vaya con retraso. Retraso el de ellos, por tratarlos así, que están criando unos niños burbuja que luego en la adolescencia no va a haber quien los aguante. Ah, en venideras ocasiones hablaremos también de las celebraciones y fiestas que les montan ahora, porque el otro día pasé al lado de una comunión y creí que era una boda gitana. 
 

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