La yaya y la guagua

Estoy en ese punto de mi vida en que los niños por la calle empiezan a llamarme señora (¡malditos!), y yo aún no me he sacado el carnet de conducir. Así como se lo cuento. Las razones de cómo he llegado a esta situación, ni las mencionemos. Resumen: Vida de telenovela. Irenadas. Todo muy yo. Y el mundo, en su eternidad, girando a mi alrededor. En fin… 
Pero volvamos al tema. Lo cierto es que voy a pata a todos lados, o si no, en transporte público. Esto último es lo que realmente me quita la salud, para qué se lo voy a negar. Porque hay mucha gente que el día en que Barrio Sésamo habló sobre la higiene y el aseo personal, pues estaban en el cumple de su vecino hinchándose a bollos, o vaya usted a saber, pero vamos, que ahora de adultos van justitos en el asunto. También está el fascinante caso de los conductores de autobuses urbanos, adolecidos con el síndrome de Schumacher, pobrecitos ellos y pobrecitos nosotros, porque damos las curvas a dos ruedas. P’abernos matao. 
Y no nos olvidemos de nuestros maravillosos adolescentes, que en los últimos años han decidido compartir con toda la sociedad sus preferencias musicales y me llevan el Spotify a todo trapo, que cualquier día les peta el iPhone. Y a mí los tímpanos, al paso. Porque, queridos imberbes, al resto de la población nos da bastante igual si sois reguetoneros de perreal, rockeros old school, discípulos de Beethoven o reinas del pop. Unos casquitos, gracias. 
Y como esto, más cosas: Señoras bien (señoras, fetén) que miran fatal a los cuerpos con tatuajes y hacen que te zumben los oídos con sus siseos de crítica, bebés llorando a grito pelao en las sillitas –y mientras, sus madres, normal y desconcertantemente, wasapeando con la amiga Jenny–, el clásico espontáneo frustrado porque hace 17 años no lo cogieron para OT y que nos canta su mejor repertorio. Sí, así. De gratis. Ya por no mencionar que la propia estructura del autobús, suele ser cualquier cosa, menos funcional. Toda una fantasía, vaya. 
Y es por esto que cada día maldigo al señor instructor que me gritó durante todas y cada una de mis 10 prácticas de coche. Así que por si me estás leyendo, una proposición: Tú. Yo. Acariciarte con un cable pelado dentro de una piscina. No sé, piénsalo. 
 

La yaya y la guagua

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