Fiebre del sábado noche

El título nos viene al pelo, porque ya saben que soy yo muy peliculera, en todos los sentidos. Y vengo a reivindicar un fenómeno que debería estudiar todo sociólogo que se precie. Poco se habla de por qué Ferrol está tan vacío durante toda la semana menos en Sábado por la noche, que la Magdalena se llena. Hasta la bandera oigan. Aquí parece que en la vida cotidiana, sólo rendimos justo homenaje a las calles de Ucha en Navidad, Semana Santa y verano, que son unas épocas de ambientillo que ni las Pepitas en sus mejores épocas. Quitando eso, sólo ves gente si sales a echar una copa los findes. Lo más curiosos de todo esto es, que salvo excepciones claro está, para la jarana nocturna mi quinta tiene tomado el centro. Los mismos que éramos reyes hace diez años, seguimos siéndolo a día de hoy. Hemos desterrado a personas -más- mayores (sin intención, lo juro) y los que son más jóvenes o no salen o han conquistado otro reinos. 
Que sensación de casa, de estar en el epicentro de tu mundo. Llámenme Dramah Queen, pero es que adoro esta esquina. No tengo la suerte de estar día a día aquí por mi trabajo, pero más o menos cada dos semanas vengo a coger aire. Es acabar Las Pías y siento que ya me puedo morir en paz. Pero no tenía yo intención de acabar en el melodrama. La cosa es que me encanta desgastar el centro yendo de arriba abajo. Ya sé que la cosa está muy mal, a mi también me duele ver cerrar comercios míticos de mi infancia, porque se me mueren referentes. Pero la esperanza es lo último que se pierde y creo que algún día, seremos incluso más grandes de lo que fuimos. 
Como soy una nostálgica, echo de menos patear las Plaza de las Angustias, que por aquel entonces nosotros, que nos creíamos muy modernos, llamábamos “cenicero”, o, “el ceni” para los amigos. De pisar el rompeolas ya a última hora no voy a hablar, porque me cae la lágrima seguro. A pesar de todo esto, de los años pasados y de la evolución a la que hemos tenido que adaptarnos, si me dan a elegir un sitio para mis salidas nocturnas me quedo sin dudarlo con Ferroliño. Yo, que mantengo un alma de macarra que no me aguanto, suelo evitar ir a los sitios típicos de música comercial porque no me van. Y si bien es cierto que cada noche es diferente, suelo empezar la Magdalena de tranquis en El Pato, Papillón o La Novena. ¡Cómo echo de menos a Pastor y Cazadores por favor! Y un chupito en El Rápido o Palloza, ¿por qué no?  Otros días, según nos de a mi y a la compañía, me como esas 6 manzanas y cruzo Amboage hasta El Maltés, donde echamos las horas muertas (a veces nos encienden luces, muy sutiles ellos) y ya bajamos directos a Súper8. Meca de todo buen ferrolano para rematar una parranda. 
Cuántas gracias debemos dar pos estos ochos años que nos llevan acompañando. Originales donde lo haya, porque “aleatorio” es la mejor palabra para definir este local. Se te mezclan todo tipo de gente y estilos de música para dar cabida a tanta raza allí mezclada. Por eso, cada semana puede sonar diferente, aunque hay clásicos. Es así que cuando me quedo en casa durmiendo (no me culpen, que ya tengo una edad) mi amiga Marta me manda un audio con “La revolución sexual” de fondo, para que no pierda costumbres. Lo que allí pueda pasar, como en Las Vegas, allí se queda: confesiones, amoríos, perdones, risas, envidias, reencuentros, brindis... 
Y luego se cierra el telón, no volvemos a tener función en siete días y sólo nos queda un turbio humo de imágenes en flash. “Era, sin duda, la princesa en aquel bar y hoy es tan sólo un recuerdo que olvidar”. Pues eso.

Fiebre del sábado noche

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