Cuento de Navidad

Hoy me he caído al suelo enredada entre los cables de las luces que estaba poniendo en mi árbol de Navidad. Torpe se nace, no se hace, qué le vamos a hacer... 

El árbol lo tengo todo el año, porque es de plasticuchi pero no en forma de abeto, sino de planta grande normal. Viene heredado de casa de mis padres y aunque de pequeña me parecía un horror y le arrugaba la nariz a mi madre en señal de desaprobación, hoy me gusta porque me trae nostalgia de cuando sólo levantaba un metro del suelo y veía por las tardes “Farmacia de guardia” abrazada a ella y nada podía ir mal. 

Por las mismas épocas me regalaron a la muñeca Rosaura, que medía lo mismo que yo y cuyos mocasines casi me servían, la cual prometía bailar al son de la cinta de música que traía adjunta, pero la mía vino defectuosa y sólo sirvió para que yo le hiciese toda clase de perrerías como si fuese esa hermana que nunca tuve. Traumitas de hija única, es lo que hay. 

También recuerdo la cara de Fary mordiendo limones que puse cuando me hicieron probar mi primera ostra allá en la Nochebuena de 1994 con mi padre embozado en su bata soportando una gripe que lo tenía tumbado, porque el hombre tiene muchas virtudes, pero la de llevar bien las enfermedades no es una de ellas. 

No olvidaré tampoco cuando teníamos que apagar todas las luces del comedor para que yo recitase a Quevedo delante de toda mi familia sin morirme de vergüenza, porque ojos que no ven corazón que no siente, ya saben. Maravilloso también ese recuerdo vivo y neblinoso a la vez, de mi yo enana, leyendo la carta que los reyes magos me habían dejado después de zamparse todo el festín de turrón y licores que habían encontrado al lado de los tres pares de zapatos que correspondían a nuestra casa. 

Una Irene con tan pocos años que no entendía como a las ocho de la mañana no había ni un sólo juguete que abrir, pero a las diez mis regalos abarrotaban el salón. Magia, señores, porque la Navidad es eso. Luces, colores, brindar, reír y ser niños otra vez durante unas pocas horas. O toda la vida, quién sabe. ¡Sueñen!

Cuento de Navidad

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