Bolonia: antes y después

Hace ya unos cuantos días, coincidiendo con la resaca –nunca mejor dicho– del San Pepe, estaba yo con unos amigos hablando de cómo han cambiado los hábitos universitarios en los últimos años y, muy a mi pesar, casi podríamos decir que en las últimas décadas. 

No me refiero al plan de estudios en sí, sino a las relaciones y a la nueva forma de vida que se te abría en aquel momento. La mayoría quería irse de casa, cuanto más lejos, mejor. Porque eso te daba otra libertad a la hora de entrar y salir, de faltar a alguna primera hora de clase, de ir a las fiestas universitarias y de comer cuándo y cómo te apeteciera y sin que tu madre te diese mucho la turra recordándote la importancia de implementar el brócoli a tu dieta. Que sí, que está muy bien eso de labrarse un futuro prometedor sacándote la carrera (o eso nos creíamos) pero la jarana y las timbas en la cafetería también estaban ahí, no nos vamos a engañar. 

Yo no me llevé en ese aspecto la mejor parte porque en casa me ataban en corto e iba y venía diariamente en el bus universitario, que Coruña al fin y al cabo no quedaba tan lejos. Aún así los había con suerte y teniendo la misma distancia se mudaban y se pegaban la vida padre. Algunos se iban a un piso compartido y eso ya molaba mucho, pero es que otros lo que compartían era un chalet. ¡Un chalet, señores! Yo fui testigo de manera directa, porque este era el caso de mi mejor amiga de la carrera que vivía con otras trece personas en la Zapateira y oigan, como una reina. 

Pero sobre lo que reflexionábamos en conversación era, en particular, acerca de cómo te relacionabas con los que pasaban a ser tu familia durante unos meses. La mayor parte de la gente tenían en la casa una tele en común, compartían cocina y los suertudos de la mansión, también compartían jardín, que eso si que era pro. Era un convivir de verdad. De enfadarte si un día creías que en tu pan bimbo faltaban un par de rebanadas, o si alguna noche tenías que tragarte un programa que no te gustaba, o si llegabas tarde a donde fuese porque el baño había estado ocupado y al final te pillaba el toro. 

En contrapartida te solías llevar la amistad, más o menos pasajera, de un montón de gente y sobre todo, las consecuentes risas y anécdotas que quedan ineludiblemente impresas en el recuerdo de esos años. Pues qué bonito, oigan. Sin embargo ahora, la cosa está cambiando. 

Cada vez la peña está más alienada y esto acaba llegando también a las “comunas” de universitarios. Hoy en día es mucho más fácil el acceso a ciertos tipos de entretenimiento que no suman nada a que te relaciones con el de al lado. Y es pena, porque igual esa persona iba a ser amigo tuyo de por vida. En nuestra época no quedaba otra que hablar y compartir, mientras que hoy van a alguna que otra fiesta juntos, pero también en el día a día se meten en sus habitaciones al volver de clase, se enchufan netflix y si te he visto no me acuerdo. Será que los de mi quinta empezamos a ser mayores, pero nos parece una tristeza que muchos chavales vayan a perder los mejores años de su vida encerrados viendo una serie en vez de coleccionar vivencias y anécdotas que más adelante, por mucho que quieran arañar el tiempo, ya no podrán vivir.

Bolonia: antes y después

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