Siete días trepidantes

a oposición recibió con enorme hostilidad el encuentro entre Sánchez y Torra: “traición”, “humillación” e “irresponsabilidad histórica”, son algunos de los calificativos que pudimos recopilar, procedentes ora de Pablo Casado, ora de Albert Rivera, tras conocerse el indudablemente ambiguo comunicado sobre la ‘cumbre’ de Pedralbes entre el inquilino de La Moncloa y el de la Generalitat catalana. Me recordaba todo aquello a algunos de los desaforados ataques que recibió Adolfo Suárez tras su encuentro inicial con Tarradellas, allá por 1977, que, sin embargo, inauguró treinta años de fructífera ‘conllevanza’ con el problema catalán.
Pero no crea usted que este comentario está destinado a defender a Sánchez. Como mucho, defendería a Sánchez, el conciliador presidente de Foment, la patronal catalana, que se hizo célebre esta semana tratando, en la cena anual de los empresarios catalanes, de unir las manos de ‘Pedro y Quim’, que se miraban con recelo. La verdad es que me da la impresión de que, tras lo ocurrido los pasados jueves y viernes en Barcelona, la sensación en la ciudadanía es de desconcierto. ¿Han empezado a desbloquearse las cosas o, simplemente, como dijo la portavoz del Govern, Elsa Artadi, “para esto (cambiar el nombre de El Prat y ‘perdonar’ a Companys) no hacía falta que vinieran”?.
Los ‘cartoonists’ y, ahora, las bromas virales constituyen el elemento crítico más fuerte con el que puede contar hoy un Gobierno y hasta un sistema político. Este Consejo de Ministros en Barcelona y, la víspera, el encuentro entre Pedro Sánchez y Quim Torra desataron la imaginación sobre todo de quienes consideraban que el presidente del Gobierno central había hecho ‘muchas concesiones’ al presidente autonómico. “Al menos, no hemos tenido que rebautizar Barajas como aeropuerto Puigdemont”, decía la portavoz, Celáa, al dar la referencia de lo tratado en el Consejo según un dibujo de humor que pude ver este sábado en no recuerdo qué digital de buena factura. También me llegó un ‘meme’ en el que aparecían Torra y Sánchez. El primero pregunta a su interlocutor: ‘¿Parla catalá?’. A lo que Sánchez, siempre caricaturizado como no demasiado brillante, responde: ‘eso es innegociable; Parla seguirá siendo de Madrid’.
Siento no poder compartir las críticas a Sánchez por haber tenido la idea de celebrar un Consejo de Ministros en la Ciudad Condal. La intención suya era buena, la de los ‘indepes’, rechazando la mano tendida, mala. Pero alguien tenía que hacer algo, dar algún paso conciliador, mostrar que ‘Madrid no roba a los catalanes’. Un buen amigo catalán, que debe de ser uno de los pocos no-independentistas de la indómita Gerona, me decía, a propósito de la tradición del sorteo de este sábado: “no, con Pedro Sánchez no nos ha tocado la lotería, precisamente; pero sí que es casi una buena pedrea, en comparación con el inmovilismo de Rajoy”. Es cierto que el presidente del Gobierno central sigue viviendo de la imagen ‘redonda’, pero no cabe desconocer que son las formas, más que los fondos, el principal elemento animador de la política.
Lo malo es que la política catalana está en manos de los CDR, jaleados por el irresponsable Torra  y, si las cosas siguen así, pronto incluso agradeceremos que del control político de esta autonomía se haga cargo alguien que hoy permanece encarcelado en una excesivamente larga prisión preventiva. Y cuyas relaciones con el actual president de la Generalitat, que debe su cargo al recluso, son ahora pésimas,
Menos mal que nos quedan los ‘cartoonists’ y esa sociedad civil, representada por Sánchez (Ll), para mantener la sonrisa, aunque sea algo amarga, y las manos unidas, aunque sea a la fuerza. Y menos mal que nos queda, por supuesto, la lotería.

Siete días trepidantes

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