¿Seguro que estamos en buenas manos?

el ministro de Justicia cuenta que el Gobierno decidió excluir al Rey del acto judicial en Barcelona el pasado viernes sobre todo por dos razones: por la cercanía del 1 de octubre, tercer aniversario de aquella triste jornada de falso referéndum y efímera declaración de independencia en Cataluña, y también ante la sentencia del Tribunal Supremo que, por unanimidad, confirma la inhabilitación de Quim Torra como president de la Generalitat.
Menos mal que alguien ha dado alguna explicación, aunque a mí, personalmente, no me satisfaga del todo. Y me inquiete aún más: porque el ministro Campo está diciendo implícitamente que quizá no se hubiese podido garantizar el orden público de haber acudido Felipe VI a la Ciudad Condal. Vistas así las cosas, no me dirá usted que no hay motivos para la aprensión ante el futuro.
Me surgen dos preguntas. La primera: ¿es que el jefe del Estado tiene de hecho vetada su presencia en una parte de ese Estado llamado España? Y la segunda: ¿Estamos en buenas manos? A la primera pregunta me gustaría responder que ‘obviamente no’; faltaría más que el monarca no pudiese pisar tierras catalanas porque el Gobierno de Pedro Sánchez y Fernando Grande Marlaska no puede garantizar el orden.
Comprendo la sorda irritación que embarga, además de a los jueces, ya claramente enfrentados con el Ejecutivo por este caso entre otros, a las Fuerzas de Seguridad, cuya capacidad se ha visto puesta en duda. Y no puedo descartar la sospecha de que, además, la decisión gubernamental excluyendo la tradicional presencia del Rey en ese acto también se debe al deseo de no irritar demasiado a los independentistas. Fue, en todo caso, una mala decisión, y a los resultados me remito.
La segunda pregunta habría de responderse, según mi criterio, con un claro ‘no’. No, no estamos en buenas manos. En lo referente al cuidado que habría de prodigarse a la institución monárquica, todo se está haciendo mal. Desde la marcha del emérito hasta este vergonzoso episodio de la entrega de despachos a los nuevos jueces el pasado viernes. Y, en cuanto a otros lances, hablo desde el preocupado semi confinamiento en Madrid, qué quiere usted que le diga: una vez que el Supremo ha confirmado la inhabilitación de Torra, precisamente en las proximidades del ‘aniversario’ del 1 de octubre -seguramente habrá disturbios callejeros en las calles catalanas- se pondrá en marcha una maquinaria infernal de confrontaciones ante la previsible rebeldía de Torra a aceptar la sentencia. Y comenzará de nuevo el otoño de pesadilla en el caos catalán.
Que no es, por cierto, el único caos que nos aqueja. Si a lo hasta ahora dicho le sumamos otra pesadilla, la que padecemos los que en Madrid y cercanías vivimos, pendientes del duelo entre el Gobierno central y el de la Comunidad madrileña decidiendo nuestros destinos, para qué queremos más. La inseguridad que se ha instalado en la capital, donde ya hasta nos anuncian que no habrá cabalgata de los Reyes Magos, es máxima. Culpa en buena parte de la pandemia, sí. Pero echemos un vistazo a los países que nos rodean, también visitados por el maldito virus: ¿seguro que en las calles, en los medios, se advierten la misma tristeza, pareja desesperación, a las que aquí son evidentes? No, no estamos en buenas manos, ya digo. Y bien que siento tener que decirlo, acaso no por primera y seguramente tampoco por última vez.

¿Seguro que estamos en buenas manos?

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