El quizá improcedente homenaje a Juan Carlos I

scuchamos estos días algunas voces que piden un homenaje a Juan Carlos I, que acaba de someterse a una delicada operación del corazón, de la que, afortunadamente, se va recuperando de manera satisfactoria. Dicen quienes tal homenaje nacional exigen que ahora es el momento de reconocer los servicios prestados a la nación, más concretamente a la recuperación de la democracia, por quien comenzó siendo el sucesor de Franco en la Jefatura del Estado, continuó convirtiéndose en instrumento esencial en la reconquista de las libertades y concluyó su trayectoria de manera reconozcamos que polémica, aunque con una abdicación impecable.
Personalmente, pienso que no ha llegado la hora de homenaje alguno, que sería, por un lado, como precipitar la desaparición física de quien permaneció al frente del Estado durante prácticamente cuarenta años. Pero, de otra parte, significaría también un movimiento de ajedrez poco meditado en momentos en los que es necesario mantener el delicado, discreto, equilibrio en cada paso que dé la Corona. El rey Felipe VI, cuyo gesto difícilmente se altera, pero que está sometido a grandes tensiones, habrá de decidir en los próximos días, en todo caso antes de un mes, si convoca nuevas consultas con los líderes parlamentarios para saber si, finalmente, la investidura de Pedro Sánchez será o no posible o si, por el contrario, habría que convocar elecciones a celebrar el 10 de noviembre.
Ha de ser la del monarca una decisión extremadamente meditada, porque, para muchos españoles, persiste la duda acerca de si sería mejor que Pedro Sánchez pudiese gobernar en solitario (y, claro, en contundente minoría), con la casi seguridad de que tendríamos una Legislatura complicada por las presiones de unos y otros o si, por el contrario, serían más convenientes unas nuevas elecciones, las cuartas en cuatro años, para configurar nuevas mayorías parlamentarias... suponiendo que los resultados de esas elecciones en noviembre aclarasen el panorama y no mantuviesen las actuales mayorías insuficientes. El propio Rey, a comienzos de agosto, pareció preferir un acuerdo –nadie precisó de qué tipo– a una nueva carrera hacia las urnas.
Creo que, en este panorama de inestabilidad en las formaciones políticas y de crisis política en general, hay que preservar de todo daño a la figura del jefe del Estado. Lo cual no quiere decir condenar al rey a la pasividad absoluta, al silencio más hermético. No está la cosa como para poner al Gobierno en manos del apoyo de fuerzas que no solamente son, con todo derecho, republicanas, como Podemos, sino claramente secesionistas, como Esquerra Republicana de Catalunya o el JxCat que depende nada menos que de la voluntad loca de Puigdemont y de Quim Torra; sí, ese president de la Generalitat que acaba de declarar que el Estado español tiene que “republicanizarse”. Si ese es el consejo de Torra, más nos vale, en aras de la pervivencia incólume de este gran país que es España, hacer precisamente lo contrario.
Por todo ello, me parecería pernicioso contribuir a dar la impresión, con un homenaje a la Monarquía que encarnó Juan Carlos I, de que casi estamos hablando de una forma de Estado correspondiente al pasado. A ello tendríamos que sumar la polémica que sectores republicanos abrirían en torno a la trayectoria de Juan Carlos I, que sin duda ha tenido muchas luces, pero también algunas sombras, y así hay que subrayarlo, incluso por gentes que, como quien suscribe, se proclaman monárquicas, en aras de mantener la objetividad.
Creo, sí, que el entorno que rodea y pretende amparar a la corona (en el que, desafortunadamente, no parecen encontrarse de manera destacada las fuerzas políticas constitucionalistas) debe repensar algo sus tácticas, incluso su estrategia, sus métodos, y revisar su ocasionalmente excesiva prudencia conservadora de viejas esencias. Los tiempos que corren para el mundo, para Europa y, desde luego, para España son muy diferentes ahora de lo que eran incluso cuando, en 2014, Juan Carlos I abdicó en la figura de su hijo Felipe VI, tras el enorme desgaste sufrido por el veterano monarca a raíz de algunos episodios y actuaciones que, sin duda, a la hora de hacer la Historia, habrán de incluirse en una trayectoria en general brillante.
Por supuesto, pienso que el (mal) llamado rey emérito merece reconocimiento y el respeto que, indudablemente, ya está recibiendo por parte de una ciudadanía que ha preferido ver los abrumadores aspectos positivos antes que los negativos. Pero, insisto, me parece errada la idea de promover ahora homenaje nacional alguno, casi “enterrando” simbólicamente a un hombre cuya vida todos queremos que se alargue en muchos más años de felicidad y, esperemos, buena armonía familiar. 

El quizá improcedente homenaje a Juan Carlos I

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