Si Montesquieu levantara la cabeza...

Finalmente, Sánchez,  no compareció en la que era ya tradicional rueda de prensa ‘sin límite de preguntas’ en el último Consejo de Ministros del año. Tuvo que ser la ministra portavoz quién afrontase la tarea de resumir, sin asomo de autocrítica, las realizaciones del Ejecutivo en el año más atípico que se recuerda desde la muerte de Franco.

Conociendo la ya pertinaz impermeabilidad del Gobierno y de su presidente, llamó poco la atención que Sánchez este año desdeñase explicar muchas cosas que necesitan explicación. A mi juicio, lo más preocupante que se evidencia en estos días es el estado al que ha llegado el mundo de la Justicia. Un estado, en el fondo, más inquietante incluso que la parálisis del Legislativo y que el hecho de que el Ejecutivo esté en funciones y a medio gas: ahí está la parálisis de las pensiones y del salario mínimo, como ejemplos más recientes.

La Justicia española, que ha recibido varios varapalos de los tribunales europeos, se halla hoy habiendo vencido los plazos para la renovación del Supremo y del Consejo del Poder Judicial, así como de cuatro magistrados del Constitucional, crecientemente enfrentado con el primero. La Fiscalía está, a su vez, enfrentada con Justicia, a cuyo frente se encuentra una ministra reprobada y atacada por la Abogacía.

Si a todo ello se suma el hecho de que la Abogacía del Estado ha sido colocada en una posición incómoda en lo referente a la situación penitenciaria de Junqueras, tendremos un panorama que comprendo que sea difícilmente explicable por Pedro Sánchez, que está en la cúspide de las responsabilidades, con esta búsqueda a cualquier precio de alianzas para su investidura, de lo que ha sido ‘el año de los líos’.

Tampoco las negociaciones con Esquerra pueden ser narradas a la ciudadanía así, sin más, por Sánchez, que en su aislamiento respecto de la opinión pública evidencia la situación de bloqueo en la que se halla: de no salir adelante la investidura y si, por tanto, tuviese que convocar por tercera vez unas elecciones anticipadas, su carrera política estaría acabada.

Y eso sí que Sánchez no lo va a permitir; así que, previsiblemente, habrá acuerdo con ERC de una u otra forma. Y cada vez queda menos tiempo, aunque Esquerra esté claramente toreando a Sánchez, haciéndole quedar en ridículo en aspectos como, por ejemplo la fecha en la que se celebraría la investidura: ni antes de Navidad, ni en Navidad, ni en año nuevo, ni en reyes... “Quien manda es Oriol Junqueras desde la cárcel”, dicen en el PP, en Ciudadanos y también, creáme, en no pocos círculos del PSOE, no necesariamente en los ahora dominantes, desde luego.

Todo ello nos lleva a la constancia de que el problema catalán está envenenando la situación política española, en general. E incluso el propio concepto de una democracia completa y avanzada. Muchas cosas van a pasar, incluyendo una posible inhabilitación de Torra dentro de una semana por la Junta Electoral Central, que, a río judicial revuelto, extiende sus funciones.

Pero este, el de Cataluña y lo que pueda ocurrir en 2020 en la autonomía más importante de España, ha de ser objeto de un estudio particular: la cosa no se puede despachar así, sin más, como colofón a este artículo, que en lo que quiere poner el énfasis es en que, si Montesquieu levantara la cabeza y viese la situación en la que se encuentran los clásicos poderes en España, saldría, como mínimo, despavorido. Y a lo mejor no se quedaría solo en su carrera.

Si Montesquieu levantara la cabeza...

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