Ese hombre atribulado que gestiona nuestras vidas

ntiendo que el hombre atribulado que gestiona, de manera absoluta y sin control alguno, nuestras vidas, se sienta a veces superado por los acontecimientos. Quién no. La curva fatal de la enfermedad no acaba de decrecer, las autonomías se rebelan contra el descontrol, la deslealtad de quien ejerce, no sé si muy legítimamente -claro que ahora la legitimidad es otra cosa--, la presidencia de la Generalitat se acentúa. Y, encima, Europa es ese gallinero donde cada país, en estas horas de tribulación, actúa como le da la gana; pero es nuestro club, y con esos bueyes hay que arar.

El hombre atribulado que gestiona nuestras vidas se esfuerza por dar la cara en largas comparecencias en televisión, respondiendo a preguntas que le llegan por vía remota sin, muchas veces, de veras responderlas. Claro que las libertades, comenzado por la de expresión, son, como antes decía de la legalidad, ahora otra cosa: estamos en estado de alarma, que es, en el fondo, estado de alerta, que, en el fondo, no se diferencia mucho del estado de excepción. Lo que ocurre es que esa cara compungida que nos muestra -y, sin duda, está compungido: cómo no estarlo cuando todo lo que habías planeado se te desmorona- no acaba de transformar en esperanza el escepticismo ciudadano, cimentado en tantas contradicciones y falsas verdades anteriores.

El hombre atribulado que gestiona nuestras vidas sabe, y nos lo ha sugerido en alguno de sus larguísimos mensajes -curioso cómo antes escatimaba cualquier contacto con la opinión pública y ahora tanto se prodiga-, que todo va a ser diferente cuando esto, allá por finales de abril, o pónganle mayo, con suerte, este horror pase. Pero sabe también que cada día que el horror se prolonga cuesta demasiado caro como para no ponerle un fin rápido y deteriorará un poco más el futuro. Y patentemente no sabe cómo gestionar ese futuro. Ahora está comprobando su impotencia frente a un enemigo invisible, pero también frente a sus propias limitaciones.

El hombre atribulado que gestiona nuestras vidas comprende, me parece, que ya no se puede gobernar a golpes de imagen. Que la gente quiere resultados, cosas concretas: mascarillas, respiradores, que las cañerías y los teléfonos funcionen. Y cariño de verdad. Pero sabe que tiene suerte: los españoles, con todo, han decidido aceptarle como el único timonel posible en estos momentos. La oposición le apoya por lo mismo (este mismo miércoles, de nuevo en la sesión parlamentaria que prolongará el estado de alarma). Y, aunque sea consuelo vano, los otros dirigentes europeos tampoco es que lo estén haciendo mucho mejor, y menos ahora que la señora Merkel está en cuarentena y de retirada. A ver si este jueves esos líderes de la UE, que de líderes tienen tan poco, logran unificar algo sus políticas contra el gran enemigo, que es un virus microscópico.

Pero el hombre hoy atribulado y también en teórica cuarentena -cuenta con varios familiares afectados- que gestiona nuestras vidas ya no tiene reparo en poner rostro lastimero cuando comparece telemáticamente ante nosotros. Todo vale, incluso el dar pena, para que el carro siga adelante. Creo que debe estar haciendo suya aquella frase que una vez le escuché a Adolfo Suárez, tras tomar una decisión importante y controvertida: “Si me equivoco, que me manden a hacer puñetas”. Todo, todo puede ocurrir. Pero será, claro, después del 11 de abril. O en mayo, con suerte, ya digo.

Ese hombre atribulado que gestiona nuestras vidas

Te puede interesar