Entrevistar a Otegi, un penoso sacrificio

Me atreví a pronunciarme este jueves, en un programa de radio, a favor de que una televisión pública, como RTVE, entreviste a Arnaldo Otegi. No creo solamente que puedan entrevistarle, sino que deben hacerlo, en cuanto que Bildu tiene representación parlamentaria y Otegi, aunque siga inhabilitado, es su máximo representante: tiene cosas que pueden interesar, desde si apoyaría la investidura de Pedro Sánchez hasta qué ocurrirá con la formación del gobierno navarro. En las redes sociales me han tratado inmisericordemente por expresar esta opinión, aun tras advertir de mi nula simpatía -faltaría más- por la figura de Otegi y de que no tengo ningún interés en favorecer la imagen de una televisión en la que ya no colaboro desde la entrada del nuevo equipo.

Temo que he de insistir, por mera coherencia, en mi punto de vista, en esta jornada de jueves en la que en el Congreso se homenajea a las víctimas del terrorismo, que son nuestros héroes. De hecho, todos hemos sido, durante cuatro décadas, víctimas del terror fanático de los verdugos, aunque algunos lo hayan sufrido mucho más, en propia carne o en la de sus familiares directos. Pero las víctimas, que merecen nuestro homenaje, todo nuestro apoyo y nuestro cariño, no pueden imponer lo que se dice en los medios ni decidir la política general del país. Los medios públicos están para eso: para recoger todos los puntos de vista legalmente constituidos, aunque fuese esgrimiendo la famosa frase de Voltaire, que tan poco se aplica en España: “yo, que aborrezco lo que usted dice, daría la vida para que usted pueda seguir expresándolo libremente”.

Que Otegi y su grupo hayan sido votados hasta el extremo de haber logrado una representación parlamentaria es una más de las muchas anomalías políticas que ocurren en España, pero precisamente por ello no podríamos añadir una anomalía más, la de censurar la difusión de los puntos de vista de alguien que, por otra parte, cada vez que habla se desprestigia un poco más, como es el caso del representante de Bildu. Debo confesar que yo también le hubiese entrevistado, de haber tenido la oportunidad, y seguramente mi gesto hubiese sido el de dolor y repugnancia con que lo hicieron algunos de mis compañeros que tuvieron que formularle preguntas en RTVE. Un sacrificio, en el fondo: ellos sabían la que se les venía encima al cumplir un deber.

Lo que realmente me preocupa son las voces que opinan que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hubiese debido vetar la entrevista: ¡el jefe del Ejecutivo censurando los contenidos de una televisión pública! Me preocupa eso tanto como los gritos de quienes, sin tener (espero) demasiadas pruebas, opinan que ha sido el propio Sánchez quien ha exigido que se entrevistase a Otegi para garantizarse los votos de Bildu en su investidura.

Quienes tal dicen conocen poco, me temo, el funcionamiento de estas cosas. Si Sánchez (o Pablo Iglesias, a quien tanto le gusta mojar en la salsa de las ‘teles’, o quien sea) pretende hacer lo mismo que sus antecesores, quitando o poniendo tertulianos, imponiendo temáticas, orientaciones o comportamientos, habrían de comportarse de manera mucho más sutil. E insisto en que no pretendo ‘blanquear’ lo que hace o deja de hacer una TVE que hace tiempo que debería haberse renovado en virtud de ese concurso que un día se puso en marcha y que hoy permanece vergonzosamente olvidado, colocando a la televisión y radio públicas en una situación de lamentable interinidad y permanente sospecha. Es por esto por lo que resultaría coherente pedir la dimisión de la máxima responsable, y no por haber autorizado -ella no es quién ni para autorizar ni para desautorizar- la tan controvertida entrevista.

Y terminaré hablando, casi de pasada, de libertad de expresión, que es un bien que cada día se restringe más en España. Creo que la verdadera libertad de expresión, y una madurez profesional, hubiesen exigido dar voz a los representantes de las víctimas, antes o después de la entrevista a Otegi. Abrir más los debates, sin aludir tanto a las estrecheces a las que se obliga a un medio público de comunicación. Y plantear de una vez lo que debe ser un medio público, que nada debería tener que ver con aferrarse a cargos, imponer amigotes, cargarse profesionales y convertir la arbitrariedad en una seña de identidad. Lo de Otegi tendría que haberse producido tras un debate previo acerca de qué hacer y cómo hacerlo. Y después, naturalmente, emitir la puñetera entrevista. En la que Otegi, por cierto, no pudo, con todas sus suaves maneras y frases melifluas, quedar peor.

Entrevistar a Otegi, un penoso sacrificio

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