Acuérdese de Romanones. ¿O era Churchill?

Quedan tres días para las elecciones y el resquicio para la esperanza de salir del bloqueo es cada hora menor. Concluí de ver el debate, bien pasada la medianoche del lunes al martes, con un nudo de angustia en la garganta. Ninguno de los candidatos –no sé quién ganó ni quién perdió; me parece irrelevante: perdimos todos– dio salida alguna para el intenso bloqueo político que vivimos. Iglesias se ofreció, no sé si generosamente, a compartir gobierno con Sánchez, que le dio con la puerta en las narices; Casado prometió que no ayudaría a gobernar a Pedro Sánchez; Sánchez sigue comportándose como si pedalease en solitario, aunque sabe que no ganará en solitario. Y el presunto ‘bloque de centro-derecha’, como le llaman, se dedicó a sacudirse de lo lindo entre ellos: ¿qué elector confiaría en un gobierno integrado por tres que peleaban más entre sí que con el presunto adversario socialista?

Así que ni por la derecha ni por la izquierda tienen nuestros males remedio, parece. Vienen las elecciones y los pactos para consolidar un gobierno siguen pareciendo remotos. Viendo lo que dicen las encuestas –perdón por citarlas: la Junta Electoral las prohíbe, lo que ya sé que es absurdo, pero...–, sin mayorías claras, los agoreros se atreven a pronosticar nuevas elecciones allá por marzo, si Dios y ‘ellos’ no lo remedian. Que, desde luego, viendo el debate, te daba la impresión de que no tienen la menor intención de remediarlo. Menos mal que nos queda Romanones. ¿O era Churchill? Es lo mismo. Sea del cínico español o del escéptico británico, la frase es acertada, redonda: “en política, cuando digo jamás, quiero decir hasta esta misma tarde”. Allí estaba Rivera, para ilustrar la exactitud de la frase, tendiendo soterradamente su mano a Sánchez ‘desde la oposición’ y olvidado ya el ‘no es no’ al actual presidente en funciones, al que, recuerden, era tarea urgente echar de La Moncloa, el líder naranja dixit en su día. Claro que el dirigente de Ciudadanos me parece que se ve en el trampolín de bajada, ese que termina lejos de la política y en un bufete influyente.

Comprendo que, en campaña, los dirigentes no van a decir a sus electores que van a pactar, tras las urnas, con aquel a quien han definido en los mítines como rival, casi enemigo, una desgracia para España. Pero otra frase acertada, esta sí de Churchill, es que la política hace extraños compañeros de cama. Así que yo sigo apostando por una ‘abstención patriótica’ (y a cambio de contrapartidas, espero), tanto por parte de Pablo Casado como de Rivera, para que Pedro Sánchez logre ser investido, pero no para seguir haciendo lo que le da la gana.

Eso sí: a fecha de hoy, sabemos que nos esperan al menos tres meses antes de ver a alguien consolidado en La Moncloa. Y eso, en el mejor de los casos: si no hay sorpresas en la jornada del 10-N, hoy poco previsibles, de aquí a febrero habrá tiras y aflojas, conversaciones secretas, cesiones, exigencias, presiones y amenazas. Y luego, si ‘ellos’ llegan a algo, un Gobierno más o menos estable para una Legislatura que debe ser regeneracionista. La verdad, no creo que haya muchas más salidas que la que digo: esa abstención por parte de PP y C’s y la resignación de Sánchez de tener que dar algo a cambio. O en eso confío, al menos.

Lo malo es que, mientras andamos en estas, mareando perdices, pasamos más tiempo hablando del pasado –la que liaron con Franco en el debate, Dios mío– y maniobrando en la oscuridad para consolidar ‘su’ presente, que pensando en el futuro: el discurso, dicen que en catalán impecable, de la princesa Leonor en una Barcelona que algunos quisieron convulsionada se quedó este martes, claro, en página par, porque, como era lógico, el debate y sus naderías acapararon las portadas. En fin, que nos quedan, ya digo, tres días de campaña, uno de reflexión y hala, a votar. Pero no desespere: no olvide usted a Romanones. ¿O era Churchill?

Acuérdese de Romanones. ¿O era Churchill?

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