Melancolía política

es propia del otoño y del decir de los poetas, pero también hay razones políticas para caer en la melancolía. La primera, la añoranza de un país con gobernantes, a izquierda y a derecha, preocupados por los problemas reales de la gente. Problemas acuciantes en muchos casos: la precariedad de miles de familias que malviven de subvenciones siempre escasas, siempre en el límite de extinción. O los desahucios que siguen en cuantía pareja a cuando eran denunciados con focos y cámaras de televisión por políticos que ya se han olvidado de ellos tras conseguir asiento en consistorios o parlamentos.
Tenemos más de tres millones de parados y cerca de seis millones de asalariados que perciben ingresos iguales o por debajo del Salario Mínimo Interprofesional. Los sociólogos hablan de una nueva categoría de pobres: los pobres con empleo. Precariedad en el empleo y desempleo crónico que afecta a miles de trabajadores mayores de cincuenta años condenados a la desesperación que supone tener oficios que el mercado ya no demanda. Y pensionistas con la mosca tras la oreja. Víctimas de una rumorología tóxica acerca del futuro de estas prestaciones. Rumores a los que dan pie los continuos vaivenes en las declaraciones de los políticos de uno y otro signo.
Problemas en la educación y la enseñanza. En cuarenta años de democracia todavía no hemos conseguido pactar un modelo educativo estable asentado sobre la necesidad del saber y la lógica del esfuerzo que comporta todo aprendizaje. Y en la sanidad: retrasos en las consultas, falta de medios, profesionales sanitarios estresados por guardias obligatorias sin derecho a descanso, ordenaciones territoriales que dificultan las atenciones a los pacientes según la comunidad de procedencia etc.
Problemas en orden a la crispación política que nace de las rivalidades partidistas por la polarización del marco político. Salvo excepciones, se echa a faltar sentido de la responsabilidad. Olvidan que han sido elegidos para resolver problemas, no para crearlos. Y menos aún, para vivir de conflictos artificiales. En ese sentido y como ejemplo tenemos la crisis política catalana. Una parte de los problemas de la sociedad española habrían encontrado solución o estarían en vías de conseguirlo si no se hubieran perdido tantos recursos, energías y tiempo en un conflicto que enfrenta a los políticos y emponzoña las relaciones sociales en Cataluña. No es el otoño. Hay otras razones para la melancolía.

Melancolía política

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