Felipe y Aznar

No era la primera vez que coincidían en un acto político público pero la participación de Felipe González y José María Aznar en un debate definido como de conmemoración y defensa de la Constitución adquirió el jueves la condición de metáfora de lo que debería ofrecernos la política de altura: diálogo, razonamiento, respeto a las ideas del otro, voluntad de aportar soluciones a los problemas y encomio de la lealtad como pilar de la convivencia. Los dos expresidentes coincidieron en el valor político de la Transición como ejemplo de la voluntad de reconciliación de los españoles. De aquella aventura nació el “régimen del 78”, hoy denostado desde las filas del populismo neoperonista y por quienes apuestan por la vía secesionista.
Felipe opina que la Constitución se puede y se debe reformar para adecuar algunas de su disposiciones a los cambios experimentados por la sociedad en los últimos años. Habla del título octavo y de la federalización, pero manteniendo los principios básicos. Con lealtad, porque la lealtad es exigible. No en los tribunales sino en el espacio público.
Aznar no niega la posibilidad de la reforma, pero introduce como reserva la oportunidad de abrir el melón en un momento en que en los secesionistas perseveran en sus planes. Los dos coinciden en que la base de todo pacto político es la lealtad. Con base en esa lealtad fue construido el edificio de la Constitución que viene amparando el mayor período de prosperidad conocido en España. Era inevitable que por los meandros de la dialéctica el debate acabara anclando en la crisis catalana. Para González el riesgo que no han medido los separatistas es que por el camino de la desmesura y el incumplimiento de la ley en vez de alcanzar la independencia acaben perdiendo la autonomía. Aznar fue tajante al decir que los sentimientos no generan derechos ni dan derecho a un golpe de Estado. Si no se respetan las reglas de juego entramos en la ley de la selva. Para Felipe, el error que cometen quienes apuestan por la secesión es pensar que una reforma de la Constitución garantizaría un “demos” distinto al pueblo español. Se puede reformar, pero no romper porque la soberanía no se puede trocear.
Un debate de altura. Didáctico y necesario. La pena fue que la edad media de quienes asistimos al encuentro superaba cumplidamente los cincuenta. Frente a esta y otra iniciativas tan necesaria como encomiable habría que preguntarse qué emitían a esa hora las televisiones públicas. Tan endeudadas y tan lejos de cumplir con el mandato de servicio público.  

 

Felipe y Aznar

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