Una joya del cine

Hacía tiempo que no iba al cine. Por la simple razón de que últimamente pocas películas hay que me seduzcan. Pero el otro día me enteré por casualidad de que proyectaban  “El acorazado Potemkin” en el teatro Jofre de Ferrol, y para allá me fui. 

Había visto esta película en 1977 en Barcelona. Era la época de la transición y la esperanza, una época aquella en la que la gente tenía sueños. Me parecer ver todavía la descomunal hilera de personas delante de la taquilla para comprar sus entradas. Yo estaba entre ellas para ver una película que había estado censurada durante 40 años y para descubrir que aquella era la misma de la que me había hablado, siendo yo un niño, un vecino de mi aldea que había estado emigrado en Cuba a finales de los años veinte y que la había visto en un cine allá en La Habana.

La película es mucho más que un clásico; es un clásico del cine mudo, una pieza maestra en todos los sentidos, estrenada en 1925. 

Su director, Serguéi Eisenstein, un letón marxista de origen judío que había estudiado ingeniería, se convirtió en uno de los más grandes vanguardistas del cine de su tiempo. Empezó montando obras teatrales y después hizo algunos cortos, hasta que finalmente entró de lleno en el campo del séptimo arte. Fue el primero en utilizar el montaje, ordenando planos y secuencias y jugando con ellos, con el propósito de suscitar y manipular las emociones en la audiencia, técnica ésta que influiría posteriormente en los directores europeos y americanos. 

Los hechos dramáticos que se narran en esta película tienen su origen en el amotinamiento de la marinería en protesta por su rancho de sopa de carne con gusanos y deben ser enmarcados dentro del cuadro general revolucionario que se vivía en aquella Rusia de 1905 cuando el poder zarista se empezaba a tambalear.

Eisenstein construye un drama universal a partir de una simbología particular. De la misma manera que una gota de agua hace rebosar el vaso, un plato de sopa desata una rebelión; de la misma manera que la bandera blanca simboliza el poder del zar, el izado de una bandera roja en el acorazado simboliza el triunfo de la rebelión a bordo y la adhesión a la causa revolucionaria que se estaba extendiendo por toda Rusia. 

No son actores profesionales, sino personas corrientes,  sobrevivientes incluso de aquella rebelión, las que se asoman a la pantalla y no representan otro papel que el de su propia cotidianeidad. No hay belleza posible en estos rostros sino dramatismo y crudeza, en consonancia con la situación.

La realidad es que esta película no deja indiferente a nadie, transmite fuertes emociones y el mensaje fundamental de que las conciencias individuales se disuelven en el grupo, pues es éste el que determina los acontecimientos. 

A nivel técnico, en la secuencia de la masacre en la escalinata de Odessa, el director ralentiza y prolonga  la acción durante más de seis minutos, tratando de engañar al espectador con el propósito de testimoniar la brutal represión de una fuerza armada contra una multitud de ciudadanos pacíficos e indefensos. Las carreras, las miradas de horror de los protagonistas, sus expresiones de impotencia mezclada con rabia, remueven profundamente al espectador y lo mantienen en tensión durante esos agónicos minutos.

Sin duda, Serguéi Mijáilovich Eizenshteim, pues ese era su nombre verdadero, fue un artista con un talento desbordante, un innovador que hizo un importante aporte a la cinematografía mundial. Si tenemos en cuenta que estamos hablando de una película filmada íntegramente en blanco y negro, el recurso al coloreado en rojo de la bandera rebelde es mucho más que una innovación técnica; es una carga simbólica de profundidad de la que el director se sirve para resaltar la aceptación colectiva de un ideal.

Si bien es cierto que en un momento dado sufrió cierta incomprensión por parte del gobierno soviético que llegó a censurar en parte una de sus obras, le bastaría solo con esta película para quedar consagrado en la historia del cine.  

Eisenstein murió joven, con solo 50 años. Descansa junto a otros ilustres en el cementerio moscovita de Novodévich.

Una joya del cine

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