Una gran comedia

Desde que David Cameron ordenó hacer aquella polémica consulta nos acostamos y nos levantamos escuchando hablar del “Brexit”. Pero ¿fue tan gorda su equivocación? 
Muchos fueron los que opinaron que el ex primer ministro británico había cometido un gravísimo error político al convocarla. Lo cierto es que esa idea quedó como una verdad cuasi divina. 
Pero existen dudas. No estamos tan seguros de que fuera un error de cálculo, como han intentado hacernos creer los medios europeístas y los eurócratas de Bruselas. En este sarao político hay cosas que no concuerdan para asumirlas como certezas. 
Es altamente improbable que David Cameron se jugara su futuro político en una consulta que sabía con antelación que iba a perder; porque, además, las encuestas así lo decían. Ningún político asume tales riesgos. Y menos si es británico. Porque los podrán acusar de muchas cosas, pero nunca de ser malos políticos. Por tanto, hay que desconfiar de las razones esgrimidas. 
La impresión es que la consulta fue justo el instrumento perfecto que las élites inglesas necesitaban, con el objeto de darle cobertura democrática a una decisión que ya había sido tomada desde hacía tiempo, que era la de abandonar lo antes posible una Unión Europea que ya no satisfacía los propósitos de Londres. 
La realidad es que ellos nunca se sintieron felices en la UE. Ni siquiera cómodos. Hay que recordar que la misma Margaret Thatcher se negó a entrar en el euro. Lo rechazó de plano. Ella era consciente que una moneda única implicaba perder parte de la soberanía; y los británicos siempre mimaron su independencia. Además, están tan orgullosos de su pasado que les resultaba difícil aceptar que Bruselas les marcara el paso. O les ordenara lo que deben hacer.
Es cierto que al principio tuvieron cierto interés por el proyecto paneuropeo. Pero no por el actual, sino por el anterior a Maastricht; fue a partir de éste cuando empezaron a perder su motivación. Puesto que Bruselas comenzó a dictar normas y directivas que anulaban sus leyes, lo que originó un rechazo frontal hacia la integración europea.  
Por lo tanto, es difícil creer que el Brexit signifique un fracaso. Lo más probable es que sea una manera de zafarse de las ataduras de un proyecto que no les estaba gustando, que ya no cumplía con sus sagrados intereses. Unos intereses que fueron siempre puramente comerciales.
Porque si la consulta hubiera sido un error tuvieron tiempo de arreglarlo. Pero no quisieron. Prueba de ello fue la actitud pasiva del gobierno de Theresa May ante los proeuropeos, que reclamaron en las calles de Londres otro referéndum. Eso nos confirma que si hubiera habido tanto arrepentimiento, como nos dicen los medios europeístas, la premier británica pudo haber convocado una segunda consulta, alegando la necesidad de volver a medir la voluntad popular o inventando cualquier otra excusa.
Pero no lo hizo. ¿Por qué? Los ingleses nunca han dado puntada sin hilo. Además, dominan muy bien el histrionismo político. Es su especialidad. Y por si hubiera dudas de ello, solo hay que contemplar unos minutos los debates en la Cámara de los Comunes. Por lo tanto, uno cavila que el resultado de aquella consulta fue para justificar la razón por la cual tenían que abandonar el llamado club europeo.
Pero aun hay otro síntoma más que confirma lo que estamos diciendo. Últimamente se perciben ciertos intentos de restaurar no el imperio, porque eso es imposible, pero sí un cierto estatus de potencia respetable que pueda influir en los asuntos globales. Pero para hacerlo necesitaban eliminar algunos obstáculos. Y su pertenencia a la UE era uno de ellos.
Como podemos comprobar hay elementos en el relato oficial que no casan. Por más que uno le dé vueltas no encajan en este rompecabezas político. Muy británico por cierto. Y como todos los caminos conducen a Roma, como se decía en la antigüedad, en este caso todos los caminos nos llevan directamente a la “City”.
Los ingleses son muy suyos. Ellos nunca aceptarían ser gobernados a través de mando a distancia por unos políticos extraños. Lo demás no deja de ser shakesperiano.
 

Una gran comedia

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