uno siempre se ha resistido a creer aquello de que cada país tiene

uno siempre se ha resistido a creer aquello de que cada país tiene el gobierno que se merece. Pero cuando el ciclo de elegir a malos gobernantes se repite una y otra vez, entonces hay que plantearse si fallan los políticos o bien los pueblos.
Lo que está ocurriendo en la Francia de los últimos años invita a una reflexión. Es cierto que desde la Revolución de 1879 los valores de nuestro vecino encandilaron a millones de personas en el mundo. Pero eso parece ser cosa del pasado.  
Lo que ocurre en la política francesa desde hace cerca de medio siglo no es como para grandes celebraciones. La revuelta de mayo del 68, que fue la que hizo caer a De Gaulle, parece que marcó un antes y un después. Y el después fue cada vez más decepcionante, pasando a ser desolador con Sarkozy y Hollande.
Estos señores batieron todos los records en mediocridad e incompetencia. Lo peor es que las cosas no han mejorado, puesto que Macron tiene todas las papeletas para superarlos. Su currículo y las fuerzas que lo auparon al poder –que es a las que les debe fidelidad– así lo indican. 
La política de este presidente recuerda un poco a la de Guy Mollet, un maniobrero primer ministro que tuvo Francia, fanático anti-gaullista para más señas, que dirigió el gobierno entre 1956-1957. De este personaje se cuentan muchas cosas. Se dice incluso que había mantenido un diálogo secreto con Londres para convertir Francia en miembro de la Commonwealth. 
Es curioso, Mollet también pertenecía al Partido Socialista Francés (PSF). Como el actual presidente que militó en él. Y era un convencido colonialista. Aunque eso no es raro, ni siquiera extraño en los socialistas gabachos. No hay que olvidar que la mayoría de ellos son devotos colonialistas. 
En ese sentido la política francesa siempre se ha caracterizado por su doble rasero, y los socialistas son los campeones en eso. Su sueño de revivir el colonialismo lo tienen en los genes. Lo que ocurre es que la Francia de hoy no tiene ni recursos ni poder para hacerlo. 
La realidad es que la política de nuestro vecino se ha convertido en una especie de charca fétida. Pero hay gente que todavía no se ha enterado, que fue la que se sorprendió por el arresto del ex presidente Sarkozy. Sin embargo, nadie debería asombrarse, pues siempre hubo sospechas de que su “amigo”, Muamar Gadafi, le financió la campaña electoral del 2007.
Y esas sospechas arreciaron cuando la OTAN intervino en Libia. No hay que olvidar que fue Sarkozy uno de los presidentes que más cabildeó para que se bombardeara ese país y así acabar con su amigo. Casualidad o no, fueron los aviones de guerra franceses los que dispararan contra la caravana del líder libio, causando, no sabemos si por “azar”, que un grupo de fanáticos acabaran con su vida. 
La amistad es un producto que se vende caro en los círculos políticos de hoy en día. Y en los franceses más. Es posible que saliéramos corriendo del susto si supiéramos el concepto que algunos políticos tienen allí de la amistad. Probablemente Vito Corleone tuviera una interpretación más decente de ese valor. 
Valoraciones morales aparte, hay que reconocer que la clase política francesa se encuentra con la brújula averiada desde hace tiempo. Y, como muchas otras en el continente, no sabe para donde tirar. De pronto se encuentran con un mundo que se está transformando muy rápido, y que Francia ya no es lo que fue. Pero aun así insisten en utilizar el mismo instrumento de medir para un mundo cambiante. 
Lo demuestran con esos amagos insanos de restablecer la “grandour” de otros tiempos. Allí siguen sin enterarse de que el país dejó hace tiempo de jugar en las “grandes ligas” mundiales. Pero persisten en el error. El propio Macron trata de impulsar una política exterior imposible. Para ello se “asoció” con el “Foreign Office” británico, en un intento de revivir viejas influencias coloniales.
Pero fuera de esos sueños locos e imposibles, la realidad es que ya nada queda de lo que fue la V República; Sarkozy y Hollande le dieron el tiro de gracia. La Francia independiente, digna, incluso a veces pedante, no existe. Y no volverá. 
 

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