Con esto de la guerra contra el machismo se ven en muchos establecimientos públicos carteles que dicen “espacio libre de violencia machista”. Como reclamo suena bien. Pero resulta que a pesar de las campañas y los esfuerzos contra esa lacra social la violencia de género sigue creciendo.
Uno tiene la extraña sensación de que al final esas consignas se reducen a simples frases, frases que por otro lado producen dividendos políticos. Y también económicos. Porque últimamente también se están apuntando al “negocio” las grandes firmas comerciales y hasta los banqueros. Solo hay que ver los spots publicitarios en la televisión para darse cuenta de cómo exprimen al máximo la oportunidad para aumentar la venta de sus productos.
La realidad es que vivimos en mundo de etiquetas, hasta la violencia se le conoce por diferentes nombres. Y no debería ser así porque la violencia solo tiene uno; atiborrarla de marcas solo conduce a más confusión. Por otro lado, se está ejerciendo desde muchos ámbitos, el primero desde el económico. Así que, sin un diagnóstico acertado no se erradicará.
Tal parece que el árbol no nos deja ver el bosque. O a lo mejor es que alguien lo plantó a propósito para que no podamos verlo. Porque uno no entiende que con tantos psicólogos y sociólogos analizando la violencia no sean capaces de encontrar la solución adecuada para resolver este grave problema social. Uno cavila que para acabar con ella lo primero sería hablar abiertamente de sus fuentes, sus causas. Y seguramente habría que empezar por la televisión. Porque con una televisión decente, es decir, que proyectara valores se habría dado un gran paso. Pero curiosamente de eso nadie habla.
Por lo tanto, uno sospecha que no interesa, puesto que habría que empezar por legislar contra la violencia en los medios. Y eso conllevaría a tener que establecer cierto grado de censura, con la cual los dueños de los medios no estarían de acuerdo. Enseguida pondrían el grito en el cielo, utilizando la retórica de siempre para confundir a la parroquia. Uno ya los está escuchando. Dirían que se estaría conculcando la libertad de expresión, aunque eso sí, nunca dirían es que eso les haría perder dinero. Porque señores, la violencia en los medios es ante todo espectáculo y como tal produce dinero. Y mucho.
Eso significa que hay demasiada hipocresía en todo este asunto. Porque mientras no se coja el toro por los cuernos la violencia seguirá su curso. No hay que perder de vista que las víctimas de la violencia, sean de género o no, son el resultado no solo de una causa, sino de varias que, además, están relacionadas con todo un sistema de antivalores que se promueve en los medios televisivos.
Por lo tanto, el Estado puede gastar millones de euros en programas de protección a las víctimas, en prevención y en consignas, pero todo será en vano. Los eslóganes no dejan de ser un engaño, una burla. Porque la violencia no aparece ni se reproduce por arte de birlibirloque. La violencia se aprende. Es cierto que existe una construcción cultural ancestral, sobre todo con respecto a la de género, pero no es menos cierto que el modelo cultural actual en lugar de erradicarla la alimenta día tras día.
La violencia está en la casa de todos. Entiéndase. Entra en los hogares cada día a través de la televisión. Y eso tiene una influencia nefasta en los jóvenes. Por lo tanto, ni siquiera hay que hacer un gran esfuerzo o trabajo sociológico para ver los patrones de conducta que nos transmite esa industria.
Es por eso que las consignas en los espacios públicos no resuelven el problema, lo único que hacen es que interioricemos una parte de un falso relato. Un relato que nos está haciendo ver como positivos valores que no lo son. Y lo más insultante, que los venden como si fueran “grandes avances sociales”.
El engaño ha alcanzado tal cota que los que mueven los hilos del poder se las ingeniaron para hacernos creer que lo decadente es lo rompedor, lo moderno, lo revolucionario. Por lo tanto, no hace falta ser pesimista para darse cuenta de que las esperanzas de tener una sociedad libre de violencia son más bien escasas.