No aprendemos

Dicen que cuando el sabio señala la luna, el tonto mira su dedo. Y algo hay de verdad en ello. Lo inquietante es que en estos tiempos ni siquiera miramos al dedo.  
Vivimos en un constante desasosiego, algo muy parecido a un sin vivir sostenido. Los acontecimientos se producen a tal velocidad que no tenemos tiempo no ya de digerirlos, sino a masticarlos. Y con la manipulación, además de deformarnos la perspectiva, sucede algo similar. 
Al final lo único que nos queda es un plano virtual, diseñado en los despachos de unos individuos que están al servicio de unos pocos.
Los neoliberales nos machacan un día sí y otro también, diciendo que la economía marcha bien y que estamos al final del túnel; incluso algunos economistas de genética mercenaria afirman que ya salimos de él. 
Resumiendo, nos cuentan que pronto nos acariciará una suave brisa de felicidad. Así que, no hay porqué preocuparse ¡aquí paz y después gloria! Un relato demasiado gatuno para ser cierto. Lo chocante es que, aun a pesar de las fábulas que nos han contado, continuamos creyéndoles, aceptando su versión como si fuera un acto de fe. 
O también quizá pudiera ser que lo hacemos para autoconvencernos de lo felices que somos en este “jardín de infancia”, construido para consumir y despilfarrar. 
No hace falta ser ilustrado para darse cuenta de que las cosas no pintan tan bien como nos dicen. Empezando porque hoy no mandan los políticos, sino unos señores que están en la sombra y que nadie eligió; son los dueños del mando a distancia para cambiar de escenario cada vez que lo desean. 
Hubo un tiempo en que sí gobernaban los políticos. Hoy no. Hoy ni siquiera son administradores, sino simples ordenanzas de los financieros; que son los que dirigen el cotarro. Por lo tanto, los supuestos representantes de la voluntad popular pasaron a representar la voluntad de unos cuantos.
Todo ello nos indica que el relato oficial, que es el que escriben los libretistas del poder, hay que cogerlo siempre con pinzas. Es por eso que es necesario estar al loro con las versiones que nos dan los gurús oficiales sobre la marcha de la economía. 
Hay quien dice que existen tres indicadores que son claves para saber cuándo una crisis se aproxima. A saber, que de pronto aparezca un boom en la construcción de grandes edificios; que los bancos empiecen a ofrecer préstamos a todo hijo de vecino, incluidos a los insolventes; y que los grupos financieros empiecen a comprar “derivados”, un invento que en la mayoría de los casos se utiliza únicamente con fines especulativos. Al parecer estas tres señales nunca traen buenas noticias.
Aunque quisiéramos que las cosas no fueran así, la realidad es que los grupos financieros son insaciables. 
Debido a la financiarización de las economías, que ellos mismos han promovido, hacen jugadas riesgosas, es decir, para ganar más suben las apuestas con lo cual aumentan los peligros para las economías. De ello se desprende las burbujas financieras y el dinero virtual que finalmente nos arrastran a las crisis. 
No hay que olvidar que el “casino” financiero sigue abierto, y con la misma normativa. Las reglas de este tipo de economía –que fueron las que nos llevaron a la gran crisis del 2008– siguen vigentes. 
A pesar de que en su momento los políticos han prometido modificarlas, hasta ahora nadie ha cambiado ni un punto ni una coma de un texto no escrito, que muy bien podríamos llamar “la regla sin reglas”. Así que, jugar a esta suerte de bingo sigue siendo muy rentable; como en los buenos tiempos.
La realidad es que el gran proyecto social, el llamado capitalismo con rostro humano, del que tanto nos hablaron a principios de la década de los 90 del pasado siglo, terminó el mismo día en que cayó el muro de Berlín, sustituyéndose por un orden financiero depredador que nos está llevando a un callejón sin salida. 
El gran pacto social preconizado por Thomas Hobbes o Rousseau, que es el que podría evitar nuestra destrucción, fue roto en mil pedazos. Y lo hicieron los “crupieres” globalistas, ese grupo que es apoyado con tanta vehemencia por la tropa que nos dirige desde Bruselas.

 

No aprendemos

Te puede interesar