Navidad y consumismo

lgunas tradiciones se han vuelto irreconocibles. Y la Navidad es una de ellas. Su significado espiritual es cosa del pasado.

Es cierto que algunas costumbres navideñas son heredadas de las fiestas Saturnales de la antigua Roma. En ellas también se intercambiaban regalos, había cenas familiares, se decoraban las casas con plantas y se encendían velas.

Aunque más tarde en el mundo cristiano y occidental empezaron a celebrarse sin los excesos romanos, pues se introdujo en ellas un talante más sobrio y más religioso. Por tanto, durante siglos, independientemente si los celebrantes eran o no creyentes, estos festejos era moderaros, indulgentes. Eran fechas entrañables para tender puentes y olvidarse de viejos agravios o rencillas.

Pero ¿qué queda de todo eso? Prácticamente nada. De un tiempo a esta parte las navidades se utilizan para consumir compulsivamente. Tan es así, que las ventas ya empiezan en noviembre. O incluso antes. Si en algún momento tuvieron cierta carga de espiritualidad hoy brilla por su ausencia.


El vendaval materialista lo ha banalizado todo. Y la Navidad también. El neoliberalismo no respeta ni religión ni tradiciones, en el mejor de los casos las utiliza en su provecho. Y estas fechas son una buena ocasión para vender cosas –muchas producidas bajo condiciones de explotación–, objetos que al final carecen de valor real. 

Las grandes marcas aprovechan para vender sus productos y reforzar así nuestra cultura consumista y derrochadora. Y de paso decirnos que vivimos en un mundo maravilloso. Los anuncios de la televisión nos presentan familias sonrientes y felices, junto a un pino navideño iluminado y rodeado de regalos. 

Cada mes de diciembre se amplían los decorados, se teatraliza la sensibilidad y hay un despliegue de luces cada vez mayor en las calles. Tanto, que las urbes se parecen cada día más a la ciudad-casino de Las Vegas que a una verdadera celebración religiosa. Aunque todo tiene una razón de ser.

El exceso de iluminación en los espacios públicos tiene su aquel. Tantas bombillas dibujando figuritas, que las asociamos a un sentimiento de paz y alegría, nos predisponen a comprar cosas, a seguir consumiendo. 

Hay un “guión” no escrito que dice que en las cenas de Nochebuena debemos reír, beber, brindar, darnos un atracón de comida, hacerlo es casi una obligación ante los demás. Todo eso lo hemos aprendido del bombardeo constante de una publicidad engañosa a la que estamos sometidos, que trata de minimizar nuestras capacidades de pensar.

A uno le gustaría ver unas navidades diferentes, moderadas en el consumo, sin grandes comilonas ni borracheras, sin falsas alegrías. Unas navidades sin que hubiera ONGs recaudando dinero, ni solicitando apadrinar niños y niñas, ni haciendo telemaratones para ayudar a los pobres. Unas navidades donde el mundo occidental, que tanto se jacta de sus creencias cristianas, fuera menos egoísta, menos depredador y más solidario ayudando al desarrollo de los países pobres. Pero sinceramente y no para aprovecharse de sus recursos. 


Uno empieza a sentir cierto rechazo hacia estas celebraciones. Y es porque hay demasiada hipocresía en ellas, demasiado cinismo. Bien mirado, se parecen más a una puesta en escena teatral, inducida para consumir y hacernos olvidar los horrores que hay a nuestro alrededor. Porque sabiendo que una gran parte de la población mundial carece de las cosas más elementales para vivir, no debería haber lugar para semejantes festines.


La cultura postmoderna trata las tradiciones, las creencias y los sentimientos como si fueran mercancía, se ha encargado de convertir la Navidad en otra mercancía más. Estas fechas se están pareciendo más a un “Viernes Negro” que a otra cosa. Un viernes que dura todo el mes de diciembre.

Por eso el espíritu navideño es cosa del pasado. Por mucho que nos digan lo contrario, ha dejado de existir. La realidad no es la que presentan los spots televisivos, sino que es mucho más dura, complicada y prosaica. Porque vamos a estar claros, incluso en nuestras sociedades desarrolladas se ha convertido en ansiedad, estrés y frustración.

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