Feminismo

Dicen que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. Y seguramente es así. Lo que ocurre es que esa clase de hombres no abundan.

Algunos acusan a las feministas de hoy de querer implantar un matriarcado. Aunque a decir verdad esta clase de sociedades tampoco abundaron en la historia humana. En la actualidad solo quedan unas pocas. Como por ejemplo la tribu de Minangkabau de Sumatra; las de Kahsi, Jaintia y Garo de Meghalaya; la comunidad Mosuo de China. Y algunas otras. Por lo tanto, no dejan de ser unos cuantos casos aislados.

La más famosa quizá es la de Mosuo, compuesta por unas 40.000 personas. En ella no existe el matrimonio como institución, solo funcionan las llamadas “visitas de amor”, llevando las mujeres la voz cantante. Es decir, son ellas las que deciden en qué momento cambian de pareja, sin que por ello existan críticas en la comunidad que las rebajen como personas. A esto hay que añadir que la paternidad de los hijos no se discute, porque no se considera un asunto relevante. Tampoco existen celos o sufrimientos por amor o desamor, desarrollándose las relaciones comunitarias en un ambiente pacífico y sin ningún tipo de violencia.  

Hay que resaltar que en todas las comunidades matriarcales existentes es la mujer la heredera, es decir, recibe la casa, la tierra y todos los bienes. Por lo tanto, no hace falta hacer un gran esfuerzo de imaginación para entender que la clave de su poder está en la economía. 

Los que acumulamos años en la mochila sabemos que los actuales movimientos feministas se parecen poco a los del pasado. Porque en los de ahora se reclaman cosas que rondan lo esperpéntico, tanto es así, que los que siempre nos hemos solidarizado con la causa de las mujeres se nos han roto ciertos esquemas. Aunque bien es cierto que uno intenta ponerse al día, hay cosas que siguen sin encajarnos; al menos sin correr el riesgo de entrar en una monumental contradicción. 

Uno cree que lo del “empoderamiento”, como le llaman algunas,  es una auténtica tomadura de pelo, un insulto a la inteligencia. 

Puesto que en unas sociedades tan mercantilizadas como las occidentales, que no tratan precisamente a las personas como personas, sino como simples objetos o cosas, es difícil de entender que alguien de a pie pueda controlar ciertas cosas.  

Lo que está ocurriendo se parece más a una “guerra de sexos” que a una verdadera lucha por la igualdad y la dignidad de la mujer, por la sencilla razón de que se excluye al hombre de esa agenda ¡como si la explotación entendiera de sexos! Por higiene mental es bueno recordar que antes, tanto hombres como mujeres marchaban juntos. Eran compañeros y compañeras de viaje, no viajaban en autocares diferentes.

A lo mejor es que antes nos veíamos todos más como personas y no tanto como enemigos. Quizá si empezáramos por asumir otro relato, uno que prescindiera de las falsas etiquetas, de los engaños y las trampas, igual la lucha que aparentemente se está librando hubiera obtenido mejores resultados.

Uno tiene la impresión de que alguien está interesado en que miremos hacia otro foco u otra cámara. Desde luego, es una manera muy sutil e ingeniosa de despistarnos, de entretenernos. Así el árbol no nos deja ver el bosque.

Están ocurriendo cosas muy raras. Es como si de pronto el nuevo feminismo hubiera sido “reconfigurado” desde los centros del poder neoliberal, con el objeto de construir y alimentar un conflicto que nos impida identificar al verdadero enemigo. Porque uno se resiste a creer que el enemigo de la mujer pueda ser el hombre, más bien uno piensa que es el modelo económico y cultural imperante.

Todo es demasiado extraño, chocante, incluso sorprendente. Porque ninguno de los reclamos de las feministas señala a la ideología neoliberal como culpable. Hay que recordar que todos estos movimientos en el pasado, además de luchar a favor de la igualdad de género, su pelea más dura era contra el abuso económico.

El desconcierto es de justicia. Aquí sí podríamos decir que cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas. El cambiazo salta a la vista. Lo que está pasando da mucho que pensar. Mucho.

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