Fantasía peligrosa

Hay una idea, no escrita, instalada por las castas racistas en la cultura occidental en la cual se asume que las personas altas, rubias y de ojos azules son superiores al resto de los mortales.

Aunque nadie lo diga en público, por aquello de lo que dirán, ese concepto está muy arraigado. Es como si en el fondo la raza “aria” fuera el arquetipo ideal al que todo hijo de vecino quisiera parecerse; la guasa de todo esto es que nadie se pregunta si los arios eran así.

Lo único que sabemos de ellos es que existieron y que moraron por la región de Persia. Aunque sus características físicas no tienen nada que ver con la parafernalia propagandística que los nazis trataron de hacernos creer. Para empezar, ni todos eran rubios ni de ojos azules. Por lo tanto, las demostraciones pseudocientíficas de los antropólogos y genetistas hitlerianos se podrían catalogar como bazofia impresa.  

Basaron la cuestión racial en elementos exotéricos ancestrales, mezclándolos con la teoría racial creada por el conde, Arthur de Gobineau, un periodista gabacho, orientalista y diplomático, que se babeaba –como el perro de Pávlov– cuando se encontraba con algún aristócrata de su país.  

La realidad es que dicho sujeto entró en estado de pánico a raíz de la insurrección popular francesa de 1848; le producía espanto que los plebeyos pudieran llegar a gobernar. Por lo tanto, se sacó de la chistera una teoría en la cual clasificaba y situaba a los humanos en tres categorías: los negros abajo, los amarillos en medio, y los blancos arriba.

Pero al no quedar satisfecho con esa propuesta se le ocurrió más tarde publicar un ensayo en el que sostenía que dentro de la raza blanca existía un linaje ario que era la “crème de la crème”, asegurando ser originario de Asia Central y estar compuesto por individuos altos, rubios, honorables y poderosos. 

Lo cierto es que la teoría de Gobineau tuvo bastante influencia en aquella Europa de mediados del siglo XIX, puesto que hizo que aparecieran otros “expertos” en razas como Max Muller, profesor en Oxford, que aseguraba que el origen ario provenía de una sola raíz familiar, llegando a la peregrina conclusión de que la civilización europea pertenecía a ella.

Por lo tanto,  en esa valoración tenemos dos componentes para ensalzar una supuesta superioridad: uno racial y otro civilizatorio. En todo caso, fueron las que  sirvieron a los nazis para establecer la preponderancia germánica. Lo peor es que a día de hoy aun son muchos los que siguen creyendo en esas estupideces.  

Sin ir más lejos, hace unos días el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, dijo que “el indio está evolucionado y convirtiéndose más en un ser humano como nosotros”.  Lo irónico es que no lo dice  una persona de a pie, sino el presidente de un país importante y seguidor de la iglesia evangélica.

Pero para no salirnos del tema. Suponemos que los “adoradores” de lo ario se disgustarían mucho al enterarse de que nuestros antepasados vivieron en la “madre” África, puesto que está probado que la mayor parte de los blancos tenemos genes de raza negra.

Por cierto, esto me hizo recordar cuando estudiaba en el Miami-Dade Community College. Tenía una asignatura que abordaba el entorno natural (Natural Environment), la impartía un profesor de origen italiano. Recuerdo que aquel hombre ponía mucho énfasis en decir que nuestros orígenes estaban en África. Era curioso, y lo digo como algo anecdótico, porque en el aula había algunos estudiantes negros, por lo tanto, cuando él hacía esa afirmación ellos se sonreían, era como si estuvieran pensando “¡fastidiaos!, venís de África como nosotros”. 

Pero anécdotas aparte. La realidad es que se le sigue dando demasiado  valor al color de la piel o a la etnia. En lugar de valorar otras cosas, que son las que nos hacen personas y nos ayudan a llevar una existencia digna, y con ella contribuir a dignificar la de otros, todavía hay gente que malgasta su tiempo libre alimentando su “superioridad” racial. Algo que no existe.

Empezando porque la raza aria es un invento, una construcción social que solo conduce a la violencia, la historia es testigo.Pero no aprendemos.

Fantasía peligrosa

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