Dos por el precio de uno

Dicen que el bipartidismo hacía ya sus pinitos en el Senado de la antigua Roma. Bien es cierto que su mayoría de edad no la alcanzó hasta la Revolución Francesa. 
Pero su historia no está exenta de dificultades. Disfrutó de momentos de gloria y otros de no tanta; aunque de estos últimos siempre logró recuperarse. Ahora parece que está viviendo otro momento bajo. ¿Lo superará de nuevo?
Aquí sobre el bipartidismo o el “turnismo”, como lo llamaban en los tiempos de la Restauración borbónica, cuando conservadores y liberales se turnaban en el poder, sabemos bastante. Aunque tampoco hace falta viajar tan lejos en el tiempo, pues tenemos la experiencia de los últimos 36 años en los que tanto PSOE como PP compartieron el poder absoluto. 
Cabe señalar que esta clase de alternancia en el poder funcionó razonablemente bien en Europa. Sobre todo después de finalizada la II Guerra Mundial y hasta la caída del Muro berlinés. 
Pero hoy el régimen bipartidista está en serios aprietos. Y no solo aquí, sino en otros países. La crisis político-económica, la corrupción, la falta de perspectiva, el cambio en los polos económicos, todo ello hace que esté cambiando la visión acerca de su exclusividad.
En todo caso, el bipartidismo no tiene porque ser necesariamente negativo. Lo que lo hace disfuncional, incluso peligroso, es cuando no existen diferencias importantes en sus programas. Y es ahí donde empieza el problema.
En política las semejanzas pueden ser nefastas para los partidos. Y lo peor de todo, también para el país. Porque en la práctica es como si gobernara todo el tiempo un solo partido. Por lo tanto, también es un problema serio para la democracia. Muy serio.
El poder nos dice por activa y por pasiva –a través de sus medios “mainstream”– que el bipartidismo es igual a estabilidad política. Aunque uno no está seguro. Pues depende. Y depende de los sacrificios que tengan que hacer las mayorías en aras de esa estabilidad. 
Es obvio que hay un grupo que no le gusta la idea de que desaparezca el bipartidismo. Para neutralizar cualquier crítica utiliza la manipulación, el engaño y la dispersión de ideas, como parte de un pensamiento disolvente. Aunque bien es verdad que la resistencia a tales propósitos está creciendo.
Lo demuestra la poca ilusión que el bipartidismo genera en algunos lugares. Y aunque no existan problemas económicos graves. La gente empieza a emitir señales de cierto cansancio. 
En Alemania, por ejemplo, el partido Alternativa para Alemania (AfD), que es de corte nacionalista –el establishment dice de extrema derecha–, obtuvo en las últimas elecciones más de 90 diputados. Ya es el segundo partido, pues desbancó a los socialdemócratas.
Curiosamente, entre algunas de sus propuestas está la de abandonar el euro y volver al marco, la desburocratización de la UE, y el retorno de competencias a los estados nacionales.
Cuando los que comparten el poder se parecen tanto, que es imposible encontrar diferencias entre ellos, ocurre lo de Alemania. 
Aunque están obligados a parecerse. No hay que olvidar que los partidos del sistema son ayudados por grupos poderosos (banqueros, lobbies, organismos financieros, etc.), por lo tanto, esa “ayuda” no es gratis, pues significa perder la independencia para gobernar.
Aquí nos remitimos al viejo dicho: quien paga manda. Siempre ha sido así. Lo que ocurre es que en estos tiempos todo se ha salido del tiesto, antes se guardaban más las formas. Ahora ni eso. 
Todo se ha desmadrado de tal manera, que la democracia ya no es reconocible. Lo de vivir en un mundo libre y democrático se está convirtiendo en una quimera. Nos etiquetan el humo con el nombre de democracia. 
Así que, lo de la “gran fiesta” de la democracia, como le llamaban algunos políticos al día de las elecciones, ya no es tal. No hay mucho que festejar, lamentablemente. 
Es por eso –y por muchas otras causas– que quizá no les quede demasiado tiempo a los sistemas bipartidistas. En todo caso, su sostenibilidad o desaparición va depender mucho de cómo se desarrollen los acontecimientos futuros. Estamos viviendo un mundo en transición.
 

Dos por el precio de uno

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