Cuanto peor, mejor

Dicen que la estupidez humana no tiene límites. Y haciendo un seguimiento a los políticos ucranianos debe ser cierto.
Es raro el día en que el cuerpo legislativo o el gobierno de aquel país no promulguen algún disparate nuevo. Hacen lo indecible para no cumplir con los acuerdos  de pacificación del este del país que firmaron en Minsk.
Los rusos son los culpables, dicen en Kiev. Aunque uno sospecha que detrás de esa seguidilla se esconde un saqueo despiadado del país. Los oligarcas nacionales –y algunos internacionales– están haciendo allí su agosto. Empezando por “el chocolatero”, como le llaman al presidente Poroshenko, que es dueño de la industria del chocolate y de varios canales de televisión.
Es cierto que hoy en día la política está llena de golfos, sin ir más lejos en España tenemos unos cuantos. Lo que llama la atención es que casi todos utilizan el mismo argumento: el amor a la patria. Una manera muy curiosa de amarla.   
En todo caso, lo que ocurre en Ucrania es uno de los ejemplos más patéticos que se han visto. Aunque en los medios occidentales hay un silencio sospechoso,  lo que sucede allí es una mezcla de locura, corrupción y vodevil. Empezando por el que montó el ex presidente georgiano, Mijeil Saakashvili, que ahora vive en el país. 
En el 2015 su amigo Poroshenko le concedió a este personaje de opereta la ciudadanía y lo nombró gobernador de la región de Odessa. Poco duró en el cargo, dimitió al poco tiempo. Después empezó acusando a su “protector” de ser un corrupto y a montarle manifestaciones en las calles de Kiev. 
La realidad es que Ucrania es un país artificial. Durante siglos formó parte del Imperio Ruso, y como tal, los zares le fueron añadiendo territorios. Más tarde, siendo ya parte de la Unión Soviética –y después de la II Guerra Mundial–, Moscú los amplió todavía más, moviendo sus fronteras del Oeste y regalándole  (1954) la península de Crimea. 
Lo curioso es que esos regalos territoriales están siendo dilapidados por la tropa que lo gobierna desde 2014. Sus políticas de corte nazi son las responsables de perder Crimea; de que se sublevaran las repúblicas del este; de arruinar la industria; de perder miles de millones de dólares por el tránsito del gas ruso, etcétera. En suma, son los culpables de la destrucción del país.
Hoy todo está en ruinas. Y probablemente lo peor está  por escribirse, pues el país –o lo que queda él– tiene todas las rifas para desintegrarse; algo que ocurrirá si el pueblo sigue votando a los partidos de la destrucción.
Si cumplieran con los acuerdos de Minsk aun podrían salvar los muebles, como suele decirse. Sin embargo, en lugar de hacerlo la Rada (parlamento) aprobó hace unos días una ley de “reintegración” de las repúblicas rebeldes, lo cual significa que Kiev seguirá usando la fuerza y la violencia. 
Se pronostica que la economía ucraniana sufrirá la estocada final cuando termine la construcción del nuevo gaseoducto, el llamado Nord Stream-2. Una segunda tubería que conectará Rusia y Alemania a través del lecho del Báltico, y que transportará hacia Europa el gas que antes pasaba por territorio ucraniano. 
Hoy Ucrania es un país dividido y con una economía completamente destrozada. En su momento, cuando convenía, la UE le hizo muchas promesas; le ofrecía a Kiev cualquier cosa con tal de que rompiera los lazos con Moscú. Pero las cosas se complicaron y Bruselas decidió cambiar de política. Solo dejó en vigencia el acuerdo de asociación y la exención de visados. Y ninguno le resuelve nada a los ucranianos. 
Y todo por culpa de un pequeño grupo, incitado ideológicamente por Bruselas– todo hay que decirlo–  que fue el que arrastró el país al caos. ¿Mereció la pena? A ellos a lo mejor sí –sería interesante ver sus cuentas bancarias en el extranjero–, pero al pueblo de a pie no.
Por lo tanto, sólo desde la psiquiatría, o para hacer valer los intereses de ese grupo, aquello de cuanto peor, mejor, se puede explicar el comportamiento de los que gobiernan en Kiev. De otro modo es imposible entender tanta destrucción. 
En todo caso, solo el pueblo puede cambiar la situación. En su mano está.
 

Cuanto peor, mejor

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