Cuando las ambiciones se desbocan

Sun Tzu decía que había que mantener cerca a los amigos, pero más cerca a los enemigos. A lo mejor fue eso lo que pensó Pablo Iglesias acerca de Iñigo Errejón. 
En cualquier caso, las cosas en Podemos marchan de mal en peor. De la camaradería que se percibía en aquellos días de las acampadas del 15-M, que es donde nació el partido, queda poco. Y de continuar así quedará menos. 
Crecieron tan rápido que en su primer debut electoral consiguieron 69 diputados. Toda una proeza. El éxito los embriagó, catapultándolos fuera de la realidad. O quizá ni fuera eso.
A lo mejor fue que quisieron ser tan demócratas y eclécticos que mezclaron churras con merinas. Eso que la extrema derecha, en su intento de buscar un enemigo, llama  “marxismo cultural”; que no es otra cosa que un lenguaje engañoso de izquierdas que abraza la economía neoliberal y el feminismo de la nueva ola.
Así que, no es de extrañar que haya gente en el partido que mire más por su crecimiento personal que por el proyecto colectivo. Y la espantada de Iñigo Errejón es un ejemplo de lo que está pasando, de que para algunos el proyecto ya no es  relevante.
Es cierto que Errejón siempre se ha creído un genio de la política, el no va más. Sus maneras lo demuestran. Lo curioso es que, aunque su elevado ego no le permita verlo, nunca hubiera sido nada sin el partido. Pero en estos tiempos ya se sabe, las ambiciones  pueden llegar a ser más fuertes que la lealtad a una idea o a un proyecto. Y él es demasiado ambicioso.
De todos modos, cuando empieza una competencia insana por los cargos las cosas siempre terminan mal; sobre todo para el partido. Sucedió en Izquierda Unida, tanta democracia y tanta crítica interna acabó prácticamente con el partido. Por lo general los votantes no confían en aquellos partidos donde hay muchas trifulcas y después las airean en los medios. Tiene su lógica. 
Eso no quiere decir que no deba existir crítica interna, de hecho es saludable. Pero lo es si se respetan las reglas, los tiempos y los liderazgos. De otro modo suele ser muy destructiva. Y la de Podemos puede alcanzar efectos demoledores, de suicidio incluso.
Lo que está ocurriendo en la agrupación de Pablo Iglesias, además de las ambiciones personales desmedidas de algunos, es debido, fundamentalmente, a la ausencia de valores ideológicos claros. Y eso lo estamos viendo en los enfrentamientos que están ocurriendo en Marea y en otras confluencias. 
A todo ello hay que añadir que la nueva izquierda europea –y Podemos es parte de ella– presenta algunas zonas oscuras, contradicciones. Porque una cosa es querer llegar al poder para poner en marcha un proyecto social diferente y otra muy distinta utilizarlo para disfrutar de sus privilegios.
El caso de Syriza en Grecia es cuando menos paradigmático. Antes de llegar al poder prometía muchas cosas, pero después su jefe, Alexis Tsipras, se plegó a los dictámenes de Merkel y del poder financiero internacional. Sobre todo de este último, pues al fin y al cabo la alemana no deja de ser una simple gestora de ese poder. 
Pero lo más criticable de Tsipras no son sus promesas incumplidas. No. Lo criticable es no haber renunciado cuando vio, por las causas que fueran, que no era posible cumplirlas. Eso era lo ético, lo decente. Y después decirle al pueblo griego la verdad por la que había dejado el cargo. Sin embargo, optó por continuar ejerciendo el poder como primer ministro. 
Esas son las cosas que no puede hacer un gobierno que diga que es de izquierdas. Porque además de no ser serio, no tiene sentido conquistar el poder político para seguir haciéndole pasillo al neoliberalismo. 
Después resulta que esa misma izquierda se lamenta que la extrema derecha esté avanzando en Europa y que las sociedades se derechicen, sin embargo, no se pregunta las razones por las que está ocurriendo, porque no hace falta ser un lince para encontrarlas. Saltan a la vista.   
Por lo tanto, culpar a la extrema derecha por sus éxitos electorales es sociológicamente un sin sentido. Si avanza es porque la votan y si la votan es porque la izquierda, aunque no lo reconozca, algo estará haciendo mal. O muy mal. 
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