Bajo fuego

Dijimos una vez que Pedro Sánchez era un sobreviviente político. Y  lo es. Cuando nadie daba un potosí por su futuro preside hoy el Gobierno de la nación.
Y esto último parece que ha molestado a muchos. Porque el falseamiento de la realidad de parte de sus adversarios está creando tensiones gratuitas, innecesarias. 
Lo que está ocurriendo nos lleva a pensar que  tenemos un problema no resuelto, que tiene un origen  lejano. Tan lejano, que ni siquiera lo podemos situar en 1936 como pueden pensar algunos. Porque lo ocurrido en ese trágico verano fue quizá una consecuencia de lo que sucedió hace ahora algo más dos siglos cuando las Cortes de Cádiz intentaron construir una España distinta, deseo que fue destruido por uno de los granujas más grandes de la historia de este país, nos referimos al nefasto Fernando VII.
Este Borbón, que se vendió a Napoleón y que incluso llegó a suplicarle que lo hiciera hijo adoptivo, mientras el país derramaba su sangre para expulsar al ejército gabacho, fue el culpable de todas las desgracias que vinieron más tarde.
Este infame personaje, que con la ayuda de los Cien mil Hijos de San Luis –un ejército de mercenarios y aventureros enviado por algunas potencias europeas, entre ellas Francia–, condenó al exilio y también a muerte (horca, paredón o garrote vil) a miles de españoles decentes, patriotas de verdad, que soñaban con otro ideal de país. 
¿Por qué recordar esto ahora? Pues porque uno tiene la sensación que la mentalidad de alguna gente no ha cambiando tanto, que aunque diga que respeta la democracia y vaya incluso vestida de George Armani no deja de despedir cierto tufillo absolutista.  
Los hay que hablan de la patria como si fuera de su propiedad particular, como si solo les perteneciera a ellos. Por tanto, es bueno e higiénico recordar que los que rodeaban a Fernando VII también hablaban de la patria, y mientras lo hacían ordenaron en su nombre ejecutar al general Riego, Torrijos y otros militares liberales. 
Lo decimos porque esta clase de patriotería, si se la saca demasiado a pasear, puede empezar a tomar senderos peligrosos. Así que, los que acusan de cualquier cosa al presidente del Gobierno para captar votos –o lo que sea– deberían ser más cuidadosos, más responsables. 
El cerco político y mediático al que está siendo sometido produce vergüenza ajena. Desde que se reinstauró la democracia no se había visto algo así. Ni siquiera le dieron los cien días de gracia que se le concede a todo nuevo gobierno. Desde el primer momento empezaron con el acoso y derribo.  
La sarta de ataques e insultos que se están sucediendo en su contra no son de recibo en un país medianamente serio, que se respete a sí mismo y que se autodefina como democrático.
Pero el colmo de la insensatez ocurrió el otro día en sede parlamentaria, donde fue acusado de golpista por el líder de la oposición. Un político serio, que se respete a sí mismo y que sienta un mínimo de consideración hacia los ciudadanos no puede llegar a tales extremos; sobre todo sabiendo que es una mentira. 
Es cierto que el PP está viviendo una crisis política profunda, crisis que está poniendo nervioso a su líder Pablo Casado. Porque por un lado tiene a Ciudadanos, que aunque tenga la misma ideología, ya ocupa el segundo lugar. Y por el otro está Vox, el nuevo partido dispuesto a seducir a una buena parte del electorado popular. Por tanto, el estrés político que produce esa situación está haciendo que esos tres partidos compitan  para ver quién está más a la derecha, lo cual nos lleva a otra reflexión: que la “operación” de quitar de en medio a Soraya Sáenz de Santamaría fue un mal negocio para los populares.
Por otro lado, lo que está pasando también nos demuestra que el bipartidismo se terminó en este país, que tanto por la derecha como por la izquierda deberán acostumbrarse a pactar para poder gobernar. No les queda otra.
Pero eso no debería quitarle el sueño a nadie. Lo que es alarmante es que se esté construyendo un relato artificial. Porque aunque sea falso, si la ciudadanía lo asume como cierto puede resultar nocivo para la convivencia.

Bajo fuego

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