Amistades de conveniencia

El panorama internacional no se parece en nada a lo que fue hace unos años atrás. Antes era menos confuso y más predecible. 
Ahora no. Sin duda, nos encontramos ante un escenario volátil, poco fiable, incluso canallesco, pero sobre todo muy peligroso. Las alianzas de ayer ya no son estables. Y algunas ni siquiera sostenibles.
Lo cierto es que los desplazamientos económicos están agitando las aguas por donde antes navegaban  algunas de esas alianzas. Y esa agitación tiene mucho que ver con la gresca que estamos viviendo.
El irrespeto a los tratados, a las formalidades, el insulto y la descalificación son algo que nunca se había visto. Hoy se construyen acusaciones sin la más mínima prueba. La versión de cualquier charlatán a sueldo puede servir para acusar.   
Y eso hace que la confianza se deteriore. Es como si de pronto los viejos esquemas se derrumbaran y nos encamináramos con urgencia hacia una sociedad distópica. Un escenario que siempre ha pertenecido al mundo de la ficción literaria y al cine, pero impensable como realidad político-social. 
Pero ahí está, asomando la nariz. Hoy todo es tan volátil, que para cualquier politólogo o analista que se precie se hace difícil pronosticar algo que no sean hacer predicciones cabalísticas. En estos tiempos hay muchas dificultades para saber realmente qué demonios está ocurriendo.
Primero, por la velocidad con que se desarrollan los acontecimientos. Y segundo, porque los datos que liberan los gobiernos, incluso los que supuestamente “desclasifican”, no son fiables. Puesto que la mayoría están contaminados por intereses políticos y partidistas. Por tanto, hay mucha información tóxica.  
Y eso no es por casualidad. No deja de ser un síntoma claro de la miseria moral, cultural, intelectual y política que estamos viviendo. Las zancadillas, los falsos relatos (lo que ahora llaman “fake news”) son el alimento audiovisual que nos sirven los medios las veinticuatro horas del día.
Esta clase de puchero informativo solo tiene por objeto ovejunizarnos cada día más. Los “pastores” seleccionan el pasto en función de sus intereses. Seguramente que si los romanos hubieran tenido televisión, todavía hoy hubiéramos estado viviendo bajo la tutela de algún extravagante o sanguinario emperador.  
Es cierto que la amistad entre los estados fue siempre  un bien escaso; los intereses marcaron las agendas políticas y económicas a lo largo de la historia. En eso no hay discusión. Pero aun así, siempre se mantenían las buenas maneras. Ahora no.
La realidad es que hoy todo eso perdió significado. La amistad, la enemistad o los oportunismos pueden aparecer o desaparecer como por arte de birlibirloque. Eso quiere decir que los cambios de bando se llevan a cabo en función de donde sople mejor el viento.
La ironía de todo esto es que hoy se dialoga mucho. Nunca antes los gobernantes se habían reunido tantas veces, no transcurren meses –a veces ni semanas– sin que se reúnan. Y si no, hablan por teléfono o establecen vídeo conferencias.   
Aunque tanto diálogo parece que no sirve de mucho. Dialogan pero no se escuchan. Y uno aprendió que para llegar a un consenso o alcanzar un acuerdo es necesario no tan solo dialogar, sino escucharse. Pero eso no está ocurriendo. Los diálogos son más bien monólogos, que en muchos casos se utilizan para acusar, insultar y oprobiar al otro. 
Es muy llamativo que los que trabajan en los “laboratorios de calumnias” –que muy bien los podríamos llamar los  think tanks de las mentiras–  pertenezcan todos al mismo grupo. Y tampoco es casualidad que el “enemigo” sea siempre el mismo, que no es otro que todo aquel que esté en contra del neoliberalismo que está destruyendo sociedades, países e identidades.   
Lo que nos demuestra hasta qué punto están cambiando las cosas. Hasta que punto todo lo que dábamos por hecho se está venido abajo. Hoy, tanto el diálogo como los consensos no son lo que aparentan; en muchos casos son simples postureos. 
Hoy no existen amigos o enemigos en el sentido clásico, sino que éstos se “fabrican” según la conveniencia del momento o la dirección de donde sople el viento. 
 

Amistades de conveniencia

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