Soledad no es estar solo

La soledad no es estar solo; es sentirse solo. Y esta sensación igual se puede experimentar en medio de la multitud, que a solas con uno mismo. La soledad consiste, esencialmente, en un estado de ánimo que nos permite conservar nuestra identidad personal en medio de las circunstancias sociales y materiales que nos rodean.

El escritor italiano Carlo Dossi decía que, en general, se rehúye la soledad “porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos” y reconocía, a continuación, que “la soledad es indiscutiblemente la mejor vía para acercarnos a nosotros mismos”.

El “talento”, dijo Goethe se cultiva en la soledad; el carácter se forma en las tempestuosas oleadas del mundo.

La soledad fomenta nuestra autoestima y también nos protege de lo que no nos conviene. La soledad no es el aislamiento, sino el no dejarse llevar por la corriente y ser siempre consciente de lo que uno es y quiere ser.

“El hombre solo es el más fuerte”, escribió Ibsen y en 1844 Max Stirner publicó su obra “El único y su propiedad”, que los anarquistas han reivindicado como suya, aunque dicho autor apostó por algo mucho más valioso: el máximo desarrollo personal. 

Stirner arremete contra todo obstáculo que suponga una merma en el desarrollo de la personalidad humana. 

Anula toda alienación; sustituye el Estado por la potencia del individuo, la sociedad por la libre unión y el humanismo por el placer individual.

Pese a discutirse la influencia de Stirner en Nietzsche, por su defensa de los valores individuales, sus respuestas son diferentes, pues el superhombre de Nietzsche presenta elementos elitistas y selectivos, mientras que el yo de Stirner es autosuficiente, reconociendo esa particularidad en cada individuo.

Ahora bien, que el  hombre pueda estar solo no quiere decir que pueda vivir en soledad pues, como dijo Aristóteles, el ser humano es una animal político o social, que no puede vivir aislado y sin contacto social alguno, de tal manera que un hombres solitario, que se baste a sí mismo, sólo puede ser, según dicho filósofo, un héroe o un ser inferior al hombre pero nunca igual.

Sólo nos damos cuenta de que realmente estamos solos cuando necesitamos a otros. Estar solo es una oportunidad de conocerse a uno mismo. Nietzsche medía la fortaleza del hombre por el grado de soledad que era capaz de soportar. Esa idea se apoya en la experiencia de que la soledad es, a veces, la mejor compañía.

Schopenhauer sostuvo que el instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad.

Por su parte, el psiquiatra Luis Rojas Marcos en su libro “Somos lo que hablamos” reivindica la importancia de hablar con uno mismo, es decir, el monólogo interior; lo que antaño se llamaba “soliloquio”.

En el proceso de búsqueda de uno mismo es donde sirve ejercitar el habla, siempre con los demás; pero también con uno mismo. 

La soledad, en definitiva, es una condición radical del ser humano que al final, como dice Ortega y Gasset, “está solo ante sus decisiones, ante su vida y ante su muerte, por mucha compañía que tenga”. La soledad, en fin, no depende de los demás, sino de uno mismo.

Soledad no es estar solo

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