Amar también es decir que no

Una niña de 12 años falleció el pasado martes en Madrid tras sufrir un coma etílico mientras participaba en un botellón durante las celebraciones de Halloween. Una noticia fatal, porque lo más grave no es el hecho en sí de la muerte (que lo es), sino las circunstancias en las que se produce y la edad de la fallecida. Las intoxicaciones de alcohol entre menores de 14 años son más frecuentes en España que en muchos otros países del mundo. Este triste récord es para los expertos un problema de “construcción social” que es urgente abordar.  Manifiestan que una sociedad avanzada no puede “tolerar” el etilismo juvenil y advierten que en diez años se han multiplicado por tres el número de intoxicaciones por alcohol que se atienden en la unidad de pediatría. Cada vez reciben chicos bebidos más jóvenes. Se observa una pérdida del control de los adultos sobre los menores,  más botellón en la calle y  falta de conciencia sobre el problema que supone la ingesta de alcohol a tan temprana edad. 
Resulta obvio que a los 12 años un menor no es consciente del problema que supone beber alcohol.  De ahí que haya de ser el adulto progenitor quien se responsabilice de  las actividades del hijo, de educarle y formarle de cara al futuro. 
Ya conocemos que la venta de alcohol a menores no está controlada, al igual que no lo están otro tipo de drogas. Por más que se penalice, resulta una obviedad que el que quiere consumir productos tóxicos los consigue fácilmente. Por lo tanto el único remedio eficaz es la educación y el conocimiento, que pasa necesariamente por los padres.   Quizá resulte duro de oír, pero todo nos indica que es más duro de practicar. 
No cabe duda que además del estrecho control de los padres sobre la actividad de los hijos las instituciones también deberían involucrarse en este aspecto y denunciar a cualquier establecimiento que venda alcohol a menores.  Se debe incrementar la inspección de este tipo de establecimientos e imponer las sanciones correspondientes que bien podrían reciclarse, destinándolas a cursos de formación sobre el uso tanto del alcohol como de otro tipo de drogas. En una etapa preadolescente, que los expertos fijan a partir de los 10 años, el menor ha de pasar por el conflicto del cambio y la búsqueda de ciertas identidades. Cualquier padre puede llegar a pensar que tiene a Satanás conviviendo en su casa. Pero esta etapa de rebeldía solo puede ser controlada por aquellos que se erigen en padres, y que en definitiva tienen la obligación de formar adultos para el futuro. 
La educación es un valor muy importante para que los menores no lleguen a estos extremos. Se da por hecho que la adolescencia es la edad del pleno disfrute, y que ni los estudios ni el trabajo han de impedirlo. Gran error, ya que pueden y deben ser compatibles ambas cosas. El sociólogo Altarriba publicó un trabajo amparado por la Fundación Alcohol y Sociedad titulado: “¿Por qué beben?.  Concluye que el 47% de los adolescentes aseguran que sus padres saben que consumen alcohol. Sobran los comentarios. La práctica del botellón se ha generalizado como una actividad normal del ocio porque el consumo de alcohol resulta más barato al aire libre que en los establecimientos. Así, los jóvenes también se diferencian del espacio de los adultos.  Y, por supuesto la nocturnidad es atrayente para los chavales, al ser algo “prohibido”. 
Pero los padres deben ser conscientes de que este tipo de prácticas en horas no aptas para menores, genera intoxicaciones etílicas agudas, violencia y tráfico de drogas ilegales al amparo de la noche. Niños y adolescentes necesitan  normas y límites en su proceso educativo y en la convivencia diaria, que si fueron establecidos correctamente se aceptarán, con las lógicas reticencias,  pero que al menos serán un freno y pondrán límites, no al saludable estallido vital y emocional de los adolescentes, sino al desorden y al riesgo. Asumamos todos como sociedad  que la paternidad es algo a tomar en serio, aquello de lo que no debemos hacer dejación. Asumamos que amar también es decir que no. 
 

Amar también es decir que no

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