Un campo embarrado

La política en nuestro país hace ya tiempo que no atraviesa por sus mejores momentos. La corrupción en sus diversas vertientes es lo que más daño ha hecho y sigue haciendo a las instituciones, a los partidos y a quienes se dedican a la cosa pública. Por mucho que se insista en que la inmensa mayoría de los políticos no son corruptos, ¡solo faltaría!, sino personas honradas, el peligro de generalizar las conductas está ahí y quien más sale perdiendo es el propio sistema.
Junto a la corrupción, el pulso lanzado al Estado por los partidos independentistas de Cataluña es la cuestión que en el último año viene embarrando el terreno. Al anterior Gobierno le tocó hacer frente a la celebración de dos referéndums ilegales y a la aprobación por el Parlamento de Cataluña de una declaración de independencia, lo que llevó a la aplicación light del artículo 155 de la Constitución. El actual Ejecutivo de –que llegó al poder con el apoyo de esos partidos independentistas, PdCAT y ERC– está chocando contra un muro en su intento de reconducir el desafío independentista por la vía de un diálogo que aquellos no quieren.
El problema es que para intentar contentarlos, Sánchez está haciendo cosas que no se entienden desde la óptica, por ejemplo, del respeto a la separación de poderes o a las decisiones judiciales que se vayan tomando en relación a quienes no respetaron la ley que debe tener el presidente del Gobierno. Un ejemplo es la decisión del Ejecutivo, de no incluir en el informe presentado por la Abogacía del Estado,el delito de rebelión. Es obvio que Sánchez quiere seguir en el poder todo el tiempo que pueda, porque la consolidación de su proyecto de frente popular-populista junto con Podemos necesita de los instrumentos que facilita ese poder. El problema es el precio que esté dispuesto a pagar. Los independentistas son expertos en oler la debilidad del contrario y no tendrán reparo en aprovechar esa situación para seguir adelante. Quiero pensar que hay líneas rojas que Sánchez no se atreverá a traspasar, pero, visto lo visto, ya no me atrevo a asegurar nada.

Un campo embarrado

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